El crecimiento espiritual tiene dos componentes: la obra sobrenatural del Espíritu santo en sus hijos y la parte natural del hombre, traducido en las decisiones que debe tomar. Estas decisiones tienen que ver con las acciones correctas que debemos tomar (obediencia), así como las cosas que debemos cortar y dejar (renuncia) para poder crecer en el Señor. Ambos aspectos del crecimiento espiritual son complementarios y de ningún modo excluyentes: Dios obra en nosotros y “somos guardados por el poder de Dios mediante la fe” (1 Pedro 1:5) y “somos transformados de gloria en gloria” (2 Corintios 3:18); pero también se nos manda a “antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 3:18).
El día de hoy quiero hablar un poco acerca de la renuncia: las cosas que tenemos que dejar con el fin de no estorbar nuestro crecimiento espiritual ni nuestra comunión con Dios. Para ello, responderemos la siguiente pregunta: ¿Que cosas tengo que dejar?
1. Dejar el pecado
“Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lucas 9:62)
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6:11)
Lo primero que tenemos que dejar es el pecado. La misma salvación, aunque es por la fe en el Señor Jesucristo, involucra arrepentimiento de pecados. La salvación, en su forma mas simple podría ser definida como la fe puesta en el sacrificio del Señor Jesucristo, cuando dejamos nuestros pecados y volvemos la mirada a El, reconociendo nuestra necesidad.
En ese sentido, abandonar el pecado es tanto un requisito como una evidencia de la verdadera salvación. El pecado es ofensa a la santidad de Dios y como creyentes debemos procurar dejar todo aquello que de manera consciente o inconsciente pueda ofender al Señor que nos rescató. Así pues, el arrepentimiento y confesión de los pecados es también un estilo de vida del creyente, que va en busca de una santidad creciente en su relación con el Señor. No puede haber una comunión sana, intima y creciente con Dios si hay pecado de por medio. Cualquier tipo de pecado. No existen puntos grises en este punto. Dios es santo y nos llama a “ser santos en toda nuestra forma de vivir”.
2. Dejar el estilo de vida pasada
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos” (Efesios 4:22)
“Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca” (Colosenses 3:8)
Dijimos anteriormente que el abandono del pecado es una evidencia de la verdadera salvación; un estilo de vida del verdadero creyente. No hablamos de una perfección inmaculada en esta vida, porque no es posible ello, dada nuestra naturaleza pecaminosa. Pero si hablamos de que el creyente tiene tanto el deseo como la decisión de luchar por abandonar todo pecado en el que haya estado involucrado o en el que se encuentre inmerso. Esto se traduce de modo practico en lo que Pablo nos dice en Efesios y Colosenses: dejar la mentira, la ira, el enojo, la blasfemia, la malicia y todas aquellas cosas que caracterizaban nuestra vida pasada: cuando éramos muertos espiritualmente, enemigos de Dios y no teníamos el menor reparo en ir en pos de todo tipo de pecados.
En este sentido, hablamos de que un creyente NO debe seguir en la practica de pecados propios de un incrédulo: tomar, fumar, fornicar, ir a discotecas, ser desobediente a los padres, ser mentiroso, irresponsable, etc. Quien tal hace, se engaña a si mismo en cuanto a su salvación. Lo mas probable es que nunca ha sido salvo realmente. Un árbol se conoce por sus frutos, y un creyente (árbol bueno) no puede estar constantemente dando frutos de maldad.
3. Dejar sentimientos y pasiones equivocados
“Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18)
“Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Timoteo 2:22)
El ser humano ha sido creado por Dios con emociones y características de nuestra vida, mente y sexualidad que han sido formadas para la gloria de Dios y el disfrute de los hombres. Sin embargo, bajo la perniciosa influencia del pecado, los sentimientos, emociones, deseos sexuales y demás características del ser humano están corrompidas y distorsionadas. Los deseos sexuales desordenados, la inmadurez emocional, los sentimientos alterados, la depresión, las personas que se obsesionan con un sentimiento romántico, los que trasgreden los limites establecidos para las relaciones interpersonales, los que colocan el sexo como el centro de sus vidas, etc.; son muestras de lo que menciono.
La Palabra de Dios nos enseña a huir de las pasiones propias de la juventud. Estas justamente están relacionadas con los sentimientos y la sexualidad, áreas muy sensibles que mal encaminadas nos pueden destruir. ¿Esta mal enamorarse? ¿Esta mal desear tener relaciones sexuales? No, no esta mal, Dios nos creó con estas características. Lo que esta mal es que ellas nos gobiernen y ocupen el lugar que solo a Dios le corresponde. El Señor nos ha llamado a dominar nuestro ser, a ser sobrios y tener dominio propio para la gloria de su nombre.
4. Dejar el temor
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23:4)
“En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Salmos 56:11)
Es fácil temer cuando vemos las circunstancias difíciles en nuestra vida. Es fácil pensar que nos vamos a quedar solterones de por vida cuando vemos que los años pasan y no encontramos la pareja idónea. Es fácil pensar que estamos abandonados sin esperanza cuando la enfermedad, la falta de trabajo, las deudas, los problemas golpean a nuestra vida sin compasión ni misericordia. La mayoría de las veces, nuestra reacción natural es el temor, el miedo y la incertidumbre. No tener el control de las situaciones nos frustra. Constantemente nos preguntamos ¿y donde esta Dios en esto? y empezamos a dudar de su amor y de su cuidado para con nosotros.
Pero Dios es fiel y su palabra se cumplirá (hasta la ultima tilde) a pesar de nuestras circunstancias. Ellas no determinan (no deberían) nuestra existencia: nuestros tiempos están en las manos de Dios. El es nuestro Señor y nosotros somos ovejas de su prado. El temor es pecado delante de Dios porque desconfía de Dios, su carácter y sus palabras. Cuando tememos, hacemos a Dios mentiroso y rechazamos la verdad de sus promesas.
5. Dejar mi propia vida
“Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Marcos 10:28)
“Entonces Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido” (Lucas 18:28)
Por ultimo, realmente debemos dejar toda nuestra vida en las manos de Dios. Hemos sido comprados por sangre, tenemos un Señor y Amo: Cristo Jesús. Ya no nos pertenecemos a nosotros mismos; y por ende, todo lo que tenemos ya no es nuestro, sino de El. Cuando renunciamos a nuestra propia vida, nuestros sueños, intereses personales, metas a favor de su verdadero dueño, experimentamos la verdadera libertad de los hijos de Dios. Somos libres para vivir para Dios, para servirle a El; y todo lo que tenemos (o lo que obtengamos en el futuro) debe apuntar al mismo noble y sublime propósito: darle la gloria a Dios y expandir su reino por medio de la predicación del evangelio y al edificación de su Iglesia.
Cuando entendemos que nuestra vida como creyente sirva a tan altos fines, un nuevo sentido de propósito surge en nuestro ser. Dejamos de lado los temores absurdos, los conflictos superficiales y los deseos equivocados para dar paso a la pasión por Dios y su obra. Pedro lo experimentó, los demás discípulos lo hicieron, y todos los hombres, a lo largo de la historia que rindieron sus vidas a los pies del Maestro, también experimentaron la bendición de vivir la vida resucitada del Señor en sus propias vidas.
Aun así, tenemos que reconocer que la renuncia es un tema muy difícil. Nos resistimos a cambiar nuestra comodidad y obedecer al Señor. Nos resistimos también a dejar emociones, sentimientos, acciones, personas, recuerdos y demás ligaduras que nos atan y no nos permiten ser libres para ser tratados por Dios, servirle y crecer. Preferimos mantenernos en esas situaciones que nos son gratificantes, cómodas y conocidas, en vez de obedecer a Dios y empezar a caminar por fe en la obediencia a su Palabra.
“Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14)
Sigamos el ejemplo del apóstol Pablo y tomemos decisiones firmes para la gloria de Dios, sea cual sea el costo!
Amen!