Es la gran paradoja de la vida el hecho de que hayamos verdadera libertad solo cuando morimos a todos nuestros deseos, anhelos y libertades a favor de la supremacía de Cristo y su voluntad en nosotros. Es la gran decepción que sufre todo creyente verdadero cuando entiende que los caminos de Dios, sus tiempos, maneras y propósitos son muy diferentes a nuestro escaso y limitado entendimiento. Es la gran sorpresa que nos llevamos cuando reconocemos que ni la mayor de nuestras habilidades, ni el mejor de nuestros intelectos puede contribuir ni siquiera una pizca al cumplimiento de la voluntad de Dios sobre la tierra.
Mientras no comprendamos mejor el carácter de Dios, sus pensamientos y obras, revelados en las Sagradas Escrituras, siempre chocaremos contra nuestros propios pensamientos y seremos cautivos de nuestra limitada y pecaminosa manera de pensar y vivir. La verdadera libertad del creyente no consiste en que ahora, perdonados del pecado, podemos vivir una vida libre de culpa y llena de felicidad, amor y auto realización. Quien piensa que la vida cristiana se reduce sólo a conquistas, logros, éxito, crecimiento, influencia y bendiciones tiene una visión muy corta y bastante infantil del cristianismo.
Siendo creyentes, hemos sido "trasladados del reino de las tinieblas al reino de su Amado Hijo", pasados de "muerte a vida" y de la potestad de Satanás al dominio y reino de Dios, con el fin de vivir para Aquel que nos lavó con su sangre y nos compró. No somos libres: tenemos nuevo dueño, Dios mismo, a quien ahora le pertenecemos, nosotros y todo lo que tenemos. En ese sentido, somos siervos del Dios Altísimo, y la tarea de la santificación pasa necesariamente por la alineación de nuestra mente, corazón y voluntad a la voluntad santa, perfecta y buena de Dios. Esa es la verdadera libertad: cuando tomamos el yugo del Señor, que es fácil; y asumimos su carga, que es ligera, con el fin de agradarle a El, aun si eso implica que muchos de nuestros anhelos no se cumplirán, aun si eso significa que las cosas no se darán en nuestro tiempo, sino en el de El. Nuestro corazón y mente deben ser renovados y sujetos a la voluntad de Dios.
“¿Quién de vosotros, teniendo un siervo que ara o apacienta ganado, al volver él del campo, luego le dice: Pasa, siéntate a la mesa?
¿No le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come y bebe tú?
¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17: 7-10)
El creyente no puede vivir de la manera que le plazca, no puede ir intentando una y otra cosa, emprendiendo tal y cual tarea y buscando a Dios solo para que "le bendiga". No, mis amigos y hermanos: Dios va delante, nosotros le seguimos. El no es nuestro siervo, al cual acudimos para que bendiga nuestros intereses. El no es el receptor de nuestras sobras, a quien le damos lo que ya no nos sirve, cuando ya nos esforzamos, cuando ya trabajamos para nosotros mismos. El es el Señor, el Soberano del Universo. Quien vive para si y no tiene a Dios en el primer lugar de su vida y corazón, no conoce realmente al Señor y no tiene un sano concepto del cristianismo. No es una religión, es la instauración del reino de Dios sobre el mundo, que empieza por instaurarse en corazones humanos que han sido salvados por medio de la fe en el Hijo de Dios.
Es una absurda e inmadura sentencia, y aun blasfema, el pensar que yo le puedo decir al Dios Eterno que hacer y como hacerlo. "Si Jehová no edifica la casa" en vano yo me esforzaré. Si no nace de su corazón y es transmitido al mío por medio de la comunión intima en oración y la Palabra, ha nacido de mi carne, es egoísta y no tiene la gloria de Dios como meta, sino mi propio deleite. Lo he experimentado en mi propia vida y puedo decirlo ahora con plena convicción: Si no nace de Dios, jamás prosperará.
Que terrible paradoja es ser creyente, libertado del pecado y de las tinieblas, pero que viene a ser esclavo de su limitada manera de pensar, de su inmadurez espiritual y de su incomprensión de Dios y sus propósitos. Que Dios nos ayude a comprender que debemos buscar a Dios para ser alineados a su voluntad. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos lleve por el proceso de la madurez espiritual, que nos humille, que nos haga morder el polvo para entender que no se trata de nosotros, de nuestro carácter, inteligencia, fuerza, decisiones, anhelos, sueños y pensamientos; sino de su perfecta voluntad. A veces eso significará que tendremos que pasar largo tiempo siendo procesados por Dios, con el fin de ser vaciados de nuestro propio orgullo, auto suficiencia e independencia de Dios. Deberemos ser probados en muchas áreas y aun experimentar fracaso en otras, con el fin de que podamos entender que hemos sido llamados a depender de Dios en todo aspecto y que El es quien tiene el señorío de nuestra vida. Es su voluntad la que debe ejecutarse en nosotros, no la nuestra.
Solo entonces seremos libres, cuando nos ponemos el yugo de Cristo, cuando caminamos tras sus pisadas y vivimos como El vivió: para la gloria de Dios.
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11: 29-30)
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1)
Amen!
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