El día de hoy quiero compartir con ustedes un tema muy importante para nuestras vidas. Leamos por favor Hebreos 2: 1-4:
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”
Hace mucho tiempo un conocido escritor viajaba en tren de su ciudad natal hacia una donde lo habían invitado a dar una conferencia. Cuando el encargado de los boletos se acercó a pedirle el suyo, el hombre buscó en un bolsillo, buscó en otro y luego, ya preocupado, busco en sus libros y maleta sin éxito alguno. Al ver que no encontraba el boleto, el encargado le dijo: “Señor por favor no se preocupe, igual lo podremos validar en la lista que tenemos nosotros”, a lo que el escritor muy preocupado le dijo: “Esta bien, pero al perder mi ticket no solo no puedo demostrar que compre mi pasaje, sino que tampoco sé a dónde voy”. Al igual que este personaje, muchas veces podemos estar sin rumbo en la vida, sabiendo tal vez de dónde venimos, pero sin saber a dónde ir, sin destino ni propósito en la vida. Hemos sido salvados por la fe en el Señor Jesucristo, pero corremos el riesgo de olvidarnos, descuidarnos de esa salvación que hemos recibido y por ende vivir no a la altura de la perspectiva divina para esta vida, sino en un estilo de vida más terrenal, “bajo el sol”, afanados y turbados en esta vida, olvidando a que sublimes cosas nos ha llamado el Señor que nos salvó. Este texto de Hebreos es muy difícil por cuanto muchos lo toman como un sustento para enseñar que la salvación se pierde, pero esto no es así cuando lo analizamos en su debido contexto y teniendo claro el mensaje que el escritor de Hebreos nos quiere comunicar. En ese sentido, veremos tres aspectos importantes acerca de la salvación provista por el Señor Jesucristo: (1), la salvación no debe descuidarse, (2), la salvación descuidada tiene un castigo, y (3), la salvación tiene un fundamento firme. Estos tres puntos nos ayudarán a reconocer cuán grande y segura salvación hemos recibido y es mi oración y deseo a Dios que nos motive a ponerle atención, cuidado y diligencia a ella.
1. La salvación no debe descuidarse
El versículo 1 nos dice así:
“Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.”
Al iniciar este texto vemos una frase importante “Por tanto”. Esta palabra nos conecta con el capítulo anterior, donde se habla de la superioridad de Cristo sobre los profetas y los ángeles. Dado que Cristo es supremamente superior a los profetas y a los ángeles por cuanto es el Hijo de Dios y el Creador y Señor de todo, “por tanto” es necesario que prestemos atención. Es una necesidad, no para el Señor, sino para nosotros que prestemos atención, que nos entreguemos en cuerpo y alma, con cuidado, con todo deseo, con diligencia a las verdades que nos están siendo comunicadas. Hablamos de una decisión personal y consciente que debe ser tomada por los creyentes en función del valor del Hijo de Dios. No seguimos una religión o a un ídolo muerto de madera o cemento; seguimos y adoramos al Hijo bendito del Dios Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Nos recuerda a Pablo cuando le dice a su joven discípulo que se ocupe en la enseñanza, en la exhortación, etc. (1 Timoteo 4:13).
¿A que debemos prestar atención? A lo que hemos oído. ¿Y que hemos oído? Claramente se hace referencia al evangelio; pero también podemos ver, entendiendo el contexto de todo el libro de Hebreos, que se nos hace referencia a la voz de Dios hablándonos a través de los siglos y las edades acerca de su Hijo, la revelación ultima de Dios. Antes, en otros tiempos y de otras maneras Dios nos ha hablado, pero ahora lo ha hecho por el Hijo, Jesucristo. Solo en el capítulo anterior hay 7 referencias al Antiguo Testamento, todas señalando al Hijo de Dios. Debemos prestar atención diligentemente, ocupándonos con temor y temblor del mensaje de Dios, por medio del cual nos dice que se ha revelado plenamente en su Hijo, a quien ha hecho Señor de todo por causa de su muerte en la cruz y su resurrección para el perdón de los pecados y vida eterna de todos aquellos que le reciben por la fe. Dios ha hablado desde el principio de los tiempos, y su revelación ha sido progresiva, clarificándose cada vez más como la luz de la mañana hasta que el día es completo; nos ha tocado ahora, en estos tiempos, ser los receptores del mensaje del evangelio y es nuestra responsabilidad responder a el de la manera adecuada: con arrepentimiento y fe.
El escritor de Hebreos nos dice que corremos el riesgo de deslizarnos. No se trata de perder la salvación: el mismo escritor se incluye entre los que pueden correr dicho riesgo. La palabra griega para deslizarnos nos da la idea de un barco a la deriva, que no está amarrado al muelle, sino que es presa del viento, de la marea y de las inclemencias del tiempo. De la misma manera, nos dice que cuando no prestamos atención al evangelio y sus implicaciones para nuestra vida, no perdemos la salvación, pero somos como un barco a la deriva: sin propósito, sin pasión, sin decisión. Perdemos de vista la perspectiva del plan y la voluntad de Dios para nuestras vidas y nuestro rol dentro del plan del Señor para la humanidad. No hay peor vida que aquella que se vive sin pasión, sin entusiasmo, sin un norte y sin una razón por la que vivir. ¿Cuantos creyentes hay que viven vidas apagadas, sin gozo por causa de no haber prestado atención a la salvación que han recibido? Ciertamente no podemos correr el riesgo de caer en semejante ejemplo de negligencia.
2. La salvación descuidada tiene un castigo
¿Por qué no debemos deslizarnos? ¿Qué tan peligroso es eso?
Bueno, de la misma manera en que un médico negligente seria castigado por mala práctica, un creyente que deliberadamente descuida su salvación tiene que experimentar la disciplina del Señor. Para ilustrar este punto veamos lo que dice el versículo 2 y la primera parte del 3:
“Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?”
No debemos deslizarnos porque la desobediencia a la ley tuvo justo castigo. La Ley fue dada a Moisés por los ángeles, aunque su fuente era Dios mismo y por ende la palabra dicha era firme e inconmovible. El Señor Jesús, refiriéndose a su Palabra dijo que “cielo y tierra pasaran, pero sus palabras no pasarán”. La Palabra de Dios no cambia ni se altera, es firme y la Ley era firme, era el pacto de Dios con su pueblo, por medio de las cuales ellos debían vivir y agradar a Dios. Pero sabemos que el pueblo de Israel no obedeció la Ley, sino que se rebeló contra ella. Toda desobediencia a la Palabra de Dios es pecado y vemos que se usan muchos términos para ilustrar la palabra pecado. Podemos pensar en injusticia, desobediencia, iniquidad, etc.; pero aquí el escritor de Hebreos usa dos términos para definir la desobediencia del pueblo de Israel: trasgresión y desobediencia. La palabra traducida por trasgresión nos da la idea de cruzar la línea demarcada por la ley de Dios; es decir, una desobediencia consciente y deliberada. La palabra traducida por desobediencia nos da la idea de oír con desgano, desoír por descuido; es decir, desobediencia pasiva, mala actitud y disposición de corazón para obedecer al Señor. Ambos aspectos de la conducta pecaminosa del pueblo de Israel tuvieron su justo castigo: mucho del pueblo murió en el desierto y no pudieron experimentar las bendiciones de la Tierra Prometida.
Asimismo, el descuido del evangelio es una ofensa mayor que tampoco se quedará sin castigo. Esta salvación ha sido provista por el mismo Hijo de Dios, superior a los ángeles y a Moisés. Ha sido obra de Dios, su iniciativa de gracia y amor para la humanidad perdida y pecadora; es infinitamente mayor a la Ley por cuanto es el “mejor pacto” y la “mejor promesa”, sellada con la sangre del Hijo de Dios. Aun así, podemos descuidarla, desoírla u atenderla con desgano. La pregunta del escritor de Hebreos es casi un reclamo que resuene poderoso a través de los siglos: ¿Cómo escaparemos si descuidamos una salvación tan grande? Si el pueblo de Israel sufrió la disciplina de Dios por causa de su terquedad y desobediencia, ¿cuánto más nosotros los hijos de Dios, a quienes ha tocado en estos tiempos saborear los deleites de la gracia y la misericordia de Dios, no experimentaremos la disciplina correctiva del Señor por causa de nuestra desidia en atender, oír, guardar y obedecer el evangelio bendito del Salvador? Y aún más: Si los israelitas, bajo un pacto temporal, destinado a perecer por causa de que no podía darnos la salvación, cayeron muertos por desobedecer a Dios, ¿cuánto mas no experimentaran castigo quienes se atrevan a rechazar la sangre del pacto? ¿Qué les esperara a aquellos que, con dureza de corazón, tercamente resisten a la voz del Espíritu Santo y rechazan una y otra vez el mensaje del Salvador que brota desde la cruz el calvario, la única que puede darles perdón de pecados, gozo y paz eternas? Hoy es el día de la salvación, en que puedes dejar de lado tu dureza y volverte al Señor nuestro Dios, quien es amplio en perdonar todas tus maldades y darte gozo, paz y vida eterna a su lado.
3. La salvación tiene un fundamento firme
La última parte del verso 3 y el 4 nos dice así:
“La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad”.
Con esto, el autor de Hebreos nos da una razón adicional por la cual no debemos deslizarnos ni descuidar la verdad revelada del evangelio: porque tiene un fundamento firme. No es una noticia temporal o una circunstancia humana pasajera, es la verdad de Dios, inmutable y eterna. Fue anunciada por el Hijo de Dios hecho hombre, quien vivió entre nosotros para darnos la luz y la verdad. Cristo, en los días de su ministerio terrenal clamaba a gran voz: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado”. También el Señor dijo de si mismo que él era “el camino, la verdad y la vida”. Él no dice la verdad, Él es la verdad. Este mensaje fue luego confirmado por quienes lo vieron, oyeron y siguieron, sus apóstoles, que fueron hechos testigos de su vida, muerte y resurrección. Hombres que eran débiles, ignorantes y temerosos fueron transformados y hechos testigos valerosos y poderosos del mensaje del evangelio. Tal transformación solo Dios la puede hacer. Se nos dice que Dios el Padre testificó juntamente con los discípulos por medio de obrar, a través de ellos, prodigios, señales y milagros, que confirmaban y certificaban que lo que predicaban estos hombres era la verdad.
No solo eso, sino que también se nos dice que el Espíritu Santo repartió dones a los hombres, conforme a su voluntad, para que por medio de ellos la iglesia, la continuación de los creyentes luego de los apóstoles, siguiera predicando la verdad del evangelio hasta nuestros días.
La salvación, el mensaje del perdón de pecados a través de la fe en el Señor Jesucristo, fue provisto por el Dios el Hijo, confirmado por los apóstoles del Señor, testificado por Dios el Padre y sostenido en el tiempo por Dios el Espíritu Santo. Esta “gran salvación” que hemos recibido es estable y eterna, ¿Cómo la podremos descuidar? Es valiosa a los ojos de Dios, ¿Cómo la podremos rechazar? Tiene galardón de vida eterna a los que la reciben en arrepentimiento y fe, ¿Cómo la podremos menospreciar?
En conclusión hermanos, la Palabra de Dios nos manda a tomar dos acciones: atender con diligencia la salvación y no descuidarnos de ella. No perderemos la salvación, porque es obra de Dios, eterna, suficiente y completa; pero corremos el riesgo de deslizarnos y perder el rumbo, atrayendo sobre nosotros dolor, crisis y la disciplina de Dios por nuestro descuido. No nos engañemos hermanos, el Señor nuestro Dios es Dios de gracia y misericordia, pero eso no significa que podemos tomar en poco la salvación que nos ha provisto por la sangre del Cordero de Dios: para nosotros es gratis la salvación porque no nos costó nada; pero es valiosísima a los ojos de Dios por cuanto tuvo el valor de la sangre del Hijo unigénito y amado de Dios. Temamos pues y temblemos para poner por obra la salvación de Dios en nuestras vidas, amando a Dios, sirviéndole con gratitud y teniendo comunión con El por medio de su Palabra y la oración. ¿Cuál va a ser tu decisión el día de hoy? ¿Atenderás con diligencia la gran salvación que has recibido, o la menospreciarás, teniendo en poco la sangre del pacto?
Amen!