«Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente. Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti. Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas, y te edifique la casa para la cual yo he hecho preparativos» (1 Crónicas 29: 10-19)
En estos últimos tiempos, la teología de la prosperidad ha hecho su entrada en muchas iglesias y muchos predicadores de estas falsas doctrinas llenan los púlpitos de una ideología consumista, ligera, donde podemos hacer una «transacción» con Dios: ofrecemos una cierta cantidad con la esperanza de recibir un tanto más. Esta herejía ha llenado muchas iglesias y enseña que Dios «está obligado» a bendecir al creyente que pacta con fe y que el objetivo de Dios para con sus hijos es que estos sean prósperos financieramente, bendecidos en toda área de la vida y sin problemas. Nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto «Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados» (Romanos 8:28); esto no significa que Dios quiere que sus hijos sean todos millonarios o que no tengan problemas económicos. Es más, a los creyentes se les ha concedido como una gracia de Dios el padecer aflicciones en este mundo: «Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él» (Filipenses 1:29). El mismo Señor Jesús expresó: «Siempre tendréis a los pobres con vosotros, y cuando queráis les podréis hacer bien; pero a mí no siempre me tendréis» (Marcos 14:7) y también confirmó a sus discípulos que «En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33)
Aun así, la Palabra de Dios manda al creyente que sea generoso con las bendiciones materiales que Dios le haya prodigado. «El alma generosa será prosperada; Y el que saciare, él también será saciado» (Proverbios 11:25). El apóstol Pablo enseñó: «Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre» (2 Corintios 9:6-7). En esta oportunidad vamos a estudiar la generosidad como uno de los rasgos de carácter del discípulo de Cristo y para ello vamos a ver en 1 Crónicas 29:10-19 que el creyente debe ser generoso a la luz de que solo es un administrador de todo lo que Dios le ha dado. En verdad, hay cuatro razones por las que el creyente debe dar: en primer lugar porque Dios reina sobre todo y todo le pertenece a Él; en segundo lugar, porque de Dios proviene todo y solo le damos a Él lo que ya le pertenece. En tercer lugar, porque Dios prueba los corazones y le agrada la generosidad; y por último, porque es signo de obediencia al Señor.
1. Damos porque Dios reina sobre todo y todo le pertenece a Él (v. 10-12)
«Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos«
El texto que vamos a meditar en esta oportunidad es una oración del rey David a Dios con motivo de la generosidad mostrada por el pueblo de Dios al dar de sus tesoros personales para la edificación del templo que se encargaría Salomón de levantar: «Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario, he dado para la casa de mi Dios: tres mil talentos de oro, de oro de Ofir, y siete mil talentos de plata refinada para cubrir las paredes de las casas; oro, pues, para las cosas de oro, y plata para las cosas de plata, y para toda la obra de las manos de los artífices. ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová? Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente. Y dieron para el servicio de la casa de Dios cinco mil talentos y diez mil dracmas de oro, diez mil talentos de plata, dieciocho mil talentos de bronce, y cinco mil talentos de hierro. Y todo el que tenía piedras preciosas las dio para el tesoro de la casa de Jehová, en mano de Jehiel gersonita. Y se alegró el pueblo por haber contribuido voluntariamente; porque de todo corazón ofrecieron a Jehová voluntariamente» (1 Crónicas 29:3-9). Dada la respuesta del pueblo de Dios, el rey David hace una hermosa oración que nos muestra no solo los atributos de Dios, sino las razones por las que el creyente debe dar generosamente a Dios.
Gratitud al Dios eterno
«Asimismo se alegró mucho el rey David, y bendijo a Jehová delante de toda la congregación; y dijo David: Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo»
Una de las primeras cosas que todo creyente debe tener claro es quien es Dios. La Biblia nos da abundantes referencias sobre el carácter del Señor y esta es la base sobre la que descansa nuestra fe y devoción a Él. David se alegró al ver la generosidad del pueblo de Israel y lo primero que hizo fue bendecir el nombre de Dios delante de todo el pueblo. David reconoce a Jehová, el nombre de pacto de Dios para con su siervo Israel (Jacob) y para con su descendencia, el Dios eterno, quien se reveló a sí mismo a Abraham, a Isaac y a Jacob como Padre y Señor. Como lo mencionó David en uno de sus salmos: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila. Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia» (Salmos 103:1-6) la gratitud a Dios y por ende la generosidad para con El, brota de un entendimiento de quien es Dios, de su carácter, de su amor, de sus cualidades morales que le hacen y le distinguen por encima de toda su creación. Dios es único y nadie como Él. Nadie tan santo, tan justo, tan bueno, tan dadivoso, tan misericordioso. Por eso debemos ser agradecidos a Él, por lo que Él es.
Honra al Dios supremo
«Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas»
Otra de las características que resalta el rey David aquí es la magnificencia de Dios. A El pertenecen la gloria, el poder, la victoria y el honor. Es decir, Dios es digno de ser honrado y reconocido por su poder y porque no hay nadie como Él. La razón que esboza David aquí es que a Dios le pertenece todo y nada hay en esta creación que no sea de Él. La Palabra de Dios proclama que «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra» (Salmos 46:10) y el mismo Señor ha testificado: «Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos» (Hageo 2:8). Asimismo, dijo el Señor a Job: «¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es mío» (Job 41:11). Dar a Dios es un acto de reconocimiento de la suprema majestad del Dios que es dueño de todo. No damos de lo que tenemos, sino que damos de lo que El nos ha permitido tener, de lo que es suyo, pues todo lo que existe bajo los cielos y encima de ellos le pertenece a Dios.
Reconocimiento al Dios poderoso
«Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos«
Por último en esta sección, David reconoce también el poder de Dios, quien reina sobre todo, quien está sobre todo y de quien proceden riquezas, y gloria. Dios domina sobre todo, su autoridad y dominio es absoluto; es decir no hay nadie más por encima de Él ni nadie a quien deba Dios rendir cuentas de nada: «Aun antes que hubiera día, yo era; y no hay quien de mi mano libre. Lo que hago yo, ¿quién lo estorbará?» (Isaías 43:13). El rey Nabucodonosor reconoció: «Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?» (Daniel 4:34-35). También el rey David confesó: «Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos» (Salmos 103:19). Está claro que el Señor tiene un dominio absoluto pero lo que también David nos está diciendo es que Dios no solo tiene fuerza y poder sino que da fuerza y poder a todos. La Biblia enseña que Dios nos da todas las cosas en abundancia, incluido el poder para hacer riquezas con tal que siempre reconozcamos quien es quien nos provee todas las cosas: «Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y él te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza. Sino acuérdate de Jehová tú Dios, porque él te da el poder para hacer las riquezas, a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día. Más si llegares a olvidarte de Jehová tu Dios y anduvieres en pos de dioses ajenos, y les sirvieres y a ellos te inclinares, yo lo afirmo hoy contra vosotros, que de cierto pereceréis. Como las naciones que Jehová destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz de Jehová vuestro Dios» (Deuteronomio 8:11-20)
Entonces, una de las primeras cosas que vemos aquí es que el fundamento para ser agradecidos y generosos con Dios es que reconozcamos a Dios por lo que Él es: el Dueño y Señor de todo cuanto existe, el único digno de recibir honra, honor y gloria; por lo tanto cuando damos lo hacemos no de lo que tenemos, sino de lo que El mismo nos ha dado, y le damos porque Él es digno y merece recibir no solo eso sino todas nuestras vidas, por cuanto Él es creador, sustentador y proveedor de todo.
2. Damos porque reconocemos que todo lo que tenemos proviene de Dios (v. 13-15)
«Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura«
Una de las cosas que el rey David reconoce en esta sección del texto es que es Dios quien ha propiciado que esta situación suceda, proveyendo riquezas al pueblo de Dios y un corazón dispuesto para que estos puedan dar generosamente al Señor. Esto no es más que una aplicación vetero testamentaria de la verdad teológica que Pablo nos enseñó: «porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2:13) y la que compartió con los corintios: «Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; como está escrito: Repartió, dio a los pobres; Su justicia permanece para siempre. Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios» (2 Corintios 9:8-11). Dios provee no solo las riquezas sino el corazón dispuesto a sus hijos.
Reconociendo al Dador de todo
«Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre. Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos»
La respuesta natural ante el reconocimiento del poder y la majestad de Dios, quien es quien nos provee todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos es la alabanza y la adoración. Las expresiones de gratitud son la mejor respuesta del creyente que reconoce en Dios a su proveedor. ¿Quién soy yo y quien es mi pueblo se pregunta David? ¿Acaso el ser humano, creado por Dios, que vive solo gracias al poder de Dios, puede darle algo a Dios que no le pertenezca ya? El apóstol Pablo reconoce: «¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Romanos 11:33-36). Los 24 ancianos al postrarse delante del Cordero claman: «Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas» (Apocalipsis 4:11). Asimismo, el creyente debe reconocer que todo lo que tiene proviene del Señor y que cuando damos a Él, solamente estamos devolviendo lo que Dios mismo nos ha dado primero. Nosotros no tenemos nada en nosotros mismos que podamos darle a Dios que no sea de El primero. Reconocer a Dios como Dador de todo y Proveedor de todo lo que tenemos es un paso importante para desarrollar un corazón generoso hacia Dios y su obra.
Poniendo las cosas en perspectiva
«Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura«
Otro aspecto importante que David reconoce y que ayuda mucho a no aferrarse a los bienes materiales como propios, es reconocer que nosotros solo somos peregrinos en esta vida, que nada de lo que tenemos y somos aquí es permanente, sino que estamos de paso rumbo a nuestra ciudad celestial, donde lo material ya no tendrá importancia. David dice que somos extranjeros (no pertenecemos a este mundo) y advenedizos (nada en este mundo nos pertenece), como nuestros padres y que nuestros días sobre la tierra son como sombra que no dura. Esto nos habla de la fragilidad y la temporalidad de la vida humana. Tener la real perspectiva de las cosas nos ayuda a no aferrarnos a la codicia y a los bienes materiales. El escritor del libro de Hebreos dice con respecto a los creyentes que dieron ejemplo de su fe: «Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Porque los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria; pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11:13-16).
No debemos aferrarnos entonces a los bienes materiales porque estos no son duraderos. El Señor Jesús dijo: «Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee» (Lucas 12:15) y también enseñó que: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Mateo 6: 19-21)
3. Damos porque Dios prueba los corazones y se agrada de la generosidad (v. 16-17)
«Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente«
La Biblia enseña claramente que Dios prueba los corazones y que Él está atento a las actitudes que tomamos frente a su Palabra. David dice algo muy claro: «Yo sé que tu escudriñas los corazones y que la rectitud te agrada«. Esta era una actitud consistente en toda la vida del rey David: «Júzgame, oh Jehová, porque yo en mi integridad he andado; he confiado asimismo en Jehová sin titubear. Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón» (Salmos 26:2). Siempre fue el corazón de David la disposición a ser examinado por el Señor: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno» (Salmos 139: 23-24). Y dado que David sabía que Dios conoce los corazones entonces el con integridad de su corazón ofreció voluntariamente ofrenda al Señor. Es importante notar que no solo se trata de dar, sino que aquí David está resaltando dos aspectos muy importantes: dar en integridad y dar voluntariamente. Un ejemplo de dar con un mal corazón lo podemos ver en la vida de Ananías y Safira, quienes dieron, pero con un corazón que no era íntegro: «Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios. Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron» (Hechos 5:1-5). Dios prueba los corazones y su voluntad es que demos pero con integridad, en santidad y de manera voluntaria, agradecida, con un corazón generoso, por amor. Hacerlo de otra manera invalida el espíritu del dar y no es agradable a Dios.
También se nos dice que David se alegró al ver que su pueblo había sido también bendecido por Dios y que ellos también habían dado con gratitud de corazón, de manera voluntaria e íntegramente. Que diferencia es este cuadro al actual, donde vemos una actitud de codicia y avaricia hacia los bienes materiales, donde por un lado hay gente que tiene más de lo que necesita y se aferra hasta al último centavo para no compartirlo; y por otro lado un gran número de personas que viven por debajo de sus necesidades y tienen que estar esclavizadas a deudas, trabajos extenuantes, etc. que les impiden poder desarrollarse y servir mejor al Señor. La pregunta es ¿por qué pasan estas cosas, sobre todo si la Biblia nos enseña que el Señor nos da el poder para hacer las riquezas? Bueno, muchos de estos problemas surgen por malas decisiones. Dice la Escritura en Proverbios 10:4: “La mano negligente empobrece; más la mano de los diligentes enriquece”. Un hombre responsable, que es diligente en su trabajo, muy probablemente prosperará en lo que haga. La diligencia es un camino a la prosperidad y a la abundancia. “Los pensamientos del diligente ciertamente tienden a la abundancia; mas todo el que apresura alocadamente, de cierto va a la pobreza” (Proverbios 21:5). También la Escritura enseña: “Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio; más el hombre insensato todo lo disipa” (Proverbios 21:20). Existe una relación directa entre la diligencia, la responsabilidad y la prosperidad material, así como entre la negligencia, la actuación disipada y la pobreza. Muchas veces los problemas financieros que nos impiden a ser generosos vienen por una mala administración financiera; pero esto no es la voluntad del Señor: Así como no es la voluntad del Señor que todos los creyentes sean ricos económicamente hablando, sino que en muchos Dios permitirá a veces la escasez como herramienta de enseñanza, también el Señor ha mandado a su pueblo a ser generoso en la medida de sus posibilidades. No podemos dar de lo que no tenemos, pero de lo que tenemos podemos dar lo mejor porque reconocemos en Dios a nuestro proveedor, digno y quien prueba nuestros corazones.
4. Damos porque es signo de obediencia al Señor (v. 18-19)
«Jehová, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel nuestros padres, conserva perpetuamente esta voluntad del corazón de tu pueblo, y encamina su corazón a ti. Asimismo da a mi hijo Salomón corazón perfecto, para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, y para que haga todas las cosas, y te edifique la casa para la cual yo he hecho preparativos«
El deseo del rey David es por el pueblo de Dios y por su hijo Salomón. David conoce la naturaleza del corazón del hombre y sabe que muchas veces podemos emocionarnos y actuar en obediencia al Señor; pero rápidamente cambiar de actitud y dejar de obedecer al Señor. David ora: «Señor, consérvalos perpetuamente en esta actitud de corazón«. El deseo del Rey David era que el pueblo de Dios diera a Dios de corazón, en integridad, con agradecimiento y de manera constante y continua, como muestra del continuo agradecimiento que debemos tener para con el Señor nuestro Dios. Cuando nuestro corazón está mirando a Dios, entonces nosotros permanecemos en obediencia al Señor y damos, servimos, oramos, meditamos en la Palabra de Dios, creemos en el Señor, nos alegramos en sus promesas y alabamos su Santo Nombre; pero cuando dejamos de mirar a Él, cuando nuestro corazón no está encaminado al Señor, sino que estamos mirando las cosas de este mundo, nuestro corazón se llena de los afanes de este siglo malo y vivimos preocupados, angustiados, frustrados, amargados, resentidos, ansiosos, viviendo en función de las circunstancias que encontramos y no en la verdad inmutable de la Palabra del Señor.
Asimismo David ora por su hijo Salomón, para que su corazón sea perfecto (íntegro, maduro, completo) y de esa manera él se mantenga en obediencia a la Palabra de Dios (sus mandamientos, sus estatutos y sus testimonios) y todas las demás cosas y cumpla lo que Dios le ha encomendado: construir el templo para el que David ya había hecho todos los preparativos. El rey David no era llamado a construir el templo del Señor; pero el como buen siervo, fiel, agradecido y comprometido con su Dios, había hecho los preparativos para que su hijo, joven e inexperto, pudiera concluir la gran labor que era levantar el gran templo de Jehová de los Ejércitos. Pero había algo que David no podía hacer y eso era afirmar el corazón de su hijo, eso solo lo podía hacer el Señor y por eso David ora, para que el corazón de Salomón no se desvíe sino que él se mantenga firme en su deseo de servir y dar al Señor lo que Él se merece. Así, el pueblo de Israel y su rey Salomón juntos, con el mismo corazón, trabajarían hombro a hombro en este gran proyecto para la gloria de Dios. ¿Cuál era la clave para que todo esto funcionase? Un corazón que mire al Señor, obediente, fiel, porque esto haría que ellos se mantuvieran siempre dando y sirviendo y glorificando a Dios. Damos a Dios porque ello es símbolo de obediencia al Señor y porque obedecemos a Dios nos mantenemos en una actitud constante de dar, servir, alabar, ofrendar, etc. La obediencia no solo es para un momento, la obediencia es un acto constante, es un estilo de vida y una de las principales marcas en la vida de un creyente.
Conclusiones
Pablo enseñó a su discípulo Timoteo: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna» (1 Timoteo 6:17-19). La Palabra de Dios manda a los creyentes que seamos dadivosos, generosos, haciendo tesoro en los cielos, donde ni la polilla ni el orín corrompen, donde ladrones no minan ni hurtan, donde las cosas materiales pierden valor. Cuando nos presentemos delante de la presencia del Señor ya no tendrá sentido cuánto dinero hayamos tenido ahorrado en el banco, aunque no está mal tener ahorros; pero tener una actitud egoísta, acaparadora, codiciosa no tiene sentido y es un pecado, porque cuando estemos delante del Señor todas las cosas por las que ahora nos afanamos ya no tendrán valor ni sentido.
Seamos generosos porque Dios reina y todo lo pertenece a Él, porque reconocemos que Él es nuestro proveedor y simplemente le damos lo que Él nos ha dado primero. Damos a Dios porque El prueba los corazones y a Dios le agrada la rectitud; y porque es símbolo de obediencia al Señor el tener una actitud generosa, constante y agradecida. Aprendamos del ejemplo del rey David y cultivemos un corazón agradecido a Dios quien nos da todas las cosas que necesitamos y por su providencia y amor nos guarda de todo mal.
Amén!