En esta segunda parte de la serie sobre la salvación del Señor quiero meditar con ustedes en uno de los relatos más fascinantes de la vida del Señor Jesucristo en esta tierra. Lo que vamos a ver hoy es la conversación entre el Señor y un grupo de judíos que le habían seguido a raíz del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Veremos como el Señor va descubriendo las reales intenciones de sus corazones y como el aparente interés se va transformando en rechazo y obstinación. Vamos a ver también que la salvación es por la voluntad de Dios pues Él es quien ha establecido los parámetros de la salvación que nos ofrece: Él ha señalado a Jesús como el agente de la salvación de los hombres, Él ha enviado a su Hijo a este mundo a morir por nosotros como el sacrificio perfecto. En tercer lugar, Dios trae a Jesús aquellos que han de ser salvos y todo el que es llamado de Dios vendrá a Él. Así pues, el Señor Jesús es el pan del cielo, el enviado de Dios que da vida al mundo e invita a todos a tener parte con El para tener vida eterna y salvación.
Hermanos, el evangelio es excluyente: crees en El o le rechazas. Ha dividido el mundo en creyentes e incrédulos y provoca disensión en cualquier lugar donde es predicado. Jesús mismo testificó: «No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 10:34-39). O amas el evangelio y al Salvador o le rechazas y le aborreces. Provoca reacciones diferentes en el ser humano; pero es la voluntad de Dios que el hombre sea salvo por la fe en la persona y obra del Señor Jesucristo y eso es lo que vamos a ver aquí.
1. Jesús es el señalado por Dios para dar vida eterna (v. 25-27)
«Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre«
Esta conversación surge a raíz del evento de la multiplicación de los panes y los peces que el Señor realizó al otro lado del mar de Galilea. Muchos lo habían seguido a ese lugar a causa de las sanidades y milagros que el Señor hacía y allí a orillas de este mar, el Señor dio de comer a una multitud. Ellos mismos quisieron apoderarse de Él y hacerle rey; pero el Señor se escabulló y se retiró al monte solo a orar. Luego cruzó el mar con sus discípulos y la gente, al ver que se había ido fueron a buscarle cruzando el mar también. Tal esfuerzo parecería que provendría de una devoción por el Señor; pero vamos a ver que Jesús pronto desnudaría las reales intenciones de sus corazones y asimismo les enseñaría la verdadera esencia del evangelio.
Buscando la satisfacción de las necesidades
«Y hallándole al otro lado del mar, le dijeron: Rabí, ¿cuándo llegaste acá? Respondió Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis.»
El Señor Jesús se caracterizaba por desanimar pronto a quienes podrían ser potenciales discípulos pero que no tenían convicciones sinceras ni motivaciones correctas. «Ustedes no me buscan por las señales que hago, sino porque les he dado de comer y he satisfecho sus necesidades temporales» les dijo el Señor y era verdad. Los judíos eran movidos por las circunstancias y su fidelidad al Señor era tan superficial como un mero agradecimiento por haber sido saciados de sus necesidades inmediatas pero sin considerar las verdaderas necesidades que ellos tenían: las espirituales. El Señor no estaba interesado en discípulos que solo buscaban lo superficial, el mismo proclamó que a menos que estuviéramos dispuestos a aborrecer a padre, madre, esposa, hijas e hijos y aún nuestra propia vida no podríamos ser jamás sus discípulos.
Busquen al que Dios señaló
«Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre«
El esfuerzo es bueno pero el enfoque es lo primordial. No tiene sentido esforzarnos si no conseguimos lo que es verdaderamente importante. El Señor Jesús enseñó: «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?» (Mateo 16:26). Por lo tanto, esfuércense, trabajen pero no para la satisfacción de las necesidades temporales que son efímeras y no tienen relevancia eterna; sino que el hombre es invitado a buscar y trabajar por la comida que a vida eterna permanece. Así como la comida física nutre y da vida al cuerpo físico, Jesús usa la metáfora de la comida espiritual para darnos a entender lo que sostiene y da vida a nuestro espíritu, lo que nos da vida eterna. Eso no se consigue en este mundo, no se puede comprar, no se puede vender, no lo consigues en un trabajo, no lo compras en un supermercado. ¿Dónde consigo el alimento espiritual? El Hijo del Hombre nos lo da, Él nos da vida espiritual y alimento espiritual por medio de su poder y su Palabra.
¿Por qué? Porque a Él señaló Dios el Padre como el agente de la salvación. La LBLA traduce este verso de la siguiente manera: «el cual el Hijo del hombre os dará, porque a este es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello«. El sello en los tiempos bíblicos era símbolo de autoridad, símbolo de pertenencia y el medio para autentificar la veracidad de una entrega, de un bien o de una pertenencia. Si el rey sellaba una carta, por ejemplo, eso significaba que el rey daba su validación, El autenticaba que esa carta era legítima, depositaba su autoridad en ella y demostraba su pertenencia. Jesús es el sellado por Dios para la salvación; esto quiere decir que Jesús pertenece a Dios, es el Único y legítimo agente de la salvación, con su autoridad y poder. Sólo a El debemos acudir si queremos vida y alimento espiritual.
¿Que vemos hasta entonces?
El apóstol Pablo testificó «Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre» (1 Timoteo 2:5). El apóstol Pedro también testificó que «y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12). En ninguna religión el hombre puede ser salvo, en ningún credo o creencia, ningún personaje político, social o religioso puede dar vida al hombre porque todos los hombres están muertos en delitos y pecados. Pero Jesús, el señalado y sellado por Dios, es el Agente de la Salvación de Dios, porque Dios le selló. A Dios le agradó dar a Cristo como Salvador de todos.
2. Jesús es el enviado por Dios para dar vida al mundo (v. 28-33)
«Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado. Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer. Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, más mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo«
Ante esta primera revelación del Señor Jesús, ante este primer filtro excluyente que el Señor pone a los hombres, ellos replican: «No, no, no puede estar mi salvación basada en una persona que no sea yo. Algo debo de hacer para ganar mi salvación. Dime Jesús que debo hacer, que obras debo hacer para obedecer a Dios«. Si el primero era el argumento del interés, este es el argumento de las obras. Si los judíos antiguos comieron el maná del desierto para vivir, ellos debían hacer algo también para vivir. Jesús pronto les hará ver que el maná no era símbolo de salvación sino de misericordia de Dios. El verdadero mana, el verdadero pan del cielo no da vida física, sino espiritual y no se basa en obras sino en la fe en una persona: Jesucristo.
¿Qué debemos hacer para obedecer a Dios?
«Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado»
Esta pregunta podría parecer muy piadosa, pero nacía de la confusión y la frustración a raíz de la revelación anterior del Señor Jesucristo. El Señor les había acusado de no tener un interés sincero en Dios, sino en la satisfacción de sus necesidades temporales. Asimismo, les había animado desafiado a buscar la satisfacción de las verdaderas necesidades, las espirituales, por medio de El mismo, pues a El el Señor Dios ha autenticado como el agente de la salvación. Ante esta verdad, los judíos replican ¿Que debemos hacer nosotros para obedecer a Dios? Jesús les responde otra vez con la misma verdad: La única obra que Dios demanda es: Ninguna, no hay nada que hacer que pueda ganarnos nuestra salvación. Sólo es por la fe en Aquel que Dios ha enviado. Fue la voluntad de Dios sellar y señalar a Jesús como el autor de la Salvación. Fue también la voluntad de Dios enviarlo a este mundo para hacer posible esa salvación por medio de su muerte en la cruz, pagando la ira de Dios y la condena por el pecado de la humanidad. Esta es la obra que Dios demanda: la muerte como castigo del pecado y esa obra ya la culminó el Señor Jesús. No hay nada que el hombre pueda hacer para cumplir y satisfacer la santidad de Dios. Ella ya ha sido satisfecha por la muerte de Cristo. «Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hechos 17:30) y crean en el nombre del Hijo de Dios.
La señal del maná en el desierto
«Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les dio a comer»
¿Cuál es la reacción de los judíos? Es una reacción de incredulidad. Ellos desecharon la verdad dada por Jesús de que Él era el agente autenticado por Dios para la salvación del hombre y la verdad de que El cumpliría la única obra que Dios demandaba y en su dureza de corazón preguntan desafiantes: ¿Quién eres tú? ¿Qué señales haces para que veamos y te creamos? ¿Qué obras haces? Es increíble como la multitud que hace unos momentos le seguían fervorosos y aún querían hacerle Rey, ahora ponen en tela de juicio la identidad, autoridad y poder del que decían era su Maestro. Los judíos argumentan: Dios dio de comer a nuestros padres el maná en el desierto y eso fue registrado en el salmo 105:40. Dios hizo una obra y dio instrucciones específicas que el pueblo debía cumplir (Éxodo 16). El reclamo de los judíos era que así como sus padres habían hecho algo, ellos también debían hacer algo y ser sustentados por Dios. El hombre incrédulo siempre va a rechazar el regalo de amor que Dios da a la humanidad y la justificación por fe sin las obras es una locura para el, porque no la puede entender porque estas cosas han de discernirse espiritualmente. Pablo confesó acerca de esta realidad: «Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; más para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios» (1 Corintios 1:22-24).
El verdadero pan del cielo
«Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, más mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo«
El Señor Jesús responde a esta segunda objeción de los judíos: Amén, amén digo a ustedes (un doble positivo que enfatiza la verdad de lo que va a decir): No es Moisés, en quien los judíos tenían puesta su esperanza, no es su obediencia, sus obras, su valor lo que les dio el pan del cielo a los antiguos, sino que es Dios, el Padre quien da el verdadero pan del cielo. El maná solo era muestra de la misericordia de Dios para con el pueblo rebelde y desobediente, para que no mueran en el desierto de hambre, solo para satisfacer sus necesidades físicas. El pan de Dios, el verdadero pan del cielo ha descendido del cielo y da vida al mundo entero. Da vida espiritual, paz con Dios y vida eterna. No hay punto de comparación entre el maná y el verdadero pan del cielo. El maná era temporal, sólo duraba un día y sólo podía llenar el estómago. El pan del cielo es eterno, no perece ni se deteriora jamás y llena el alma y el espíritu, dando vida espiritual. El maná fue dado solo al pueblo judío durante un tiempo y cuando el pueblo entró a la Tierra Prometida, el maná cesó. El verdadero pan del cielo es para todo el mundo y nunca cesará ni desaparecerá.
¿Qué es lo que vemos hasta entonces?
El Señor Jesucristo no solo es el agente seleccionado por Dios para la salvación de la humanidad, sino que también es enviado al mundo para darle vida espiritual y eterna. El hombre debe abandonar toda confianza en sí mismo y en sus obras y debe confiar en Jesús, acudir a Él para recibir la vida eterna y la satisfacción de las verdaderas necesidades del hombre: necesidad de salvación, necesidad de paz, necesidad de comunión con Dios, necesidad de perdón de los pecados, necesidad de un nuevo corazón y una nueva mente.
3. Jesús es quien recibe a todos los que Dios le da (v. 34-40)
«Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Más os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero«
En esta tercera parte del diálogo, Jesús se identifica claramente como el pan de vida, el que ha descendido del cielo, de Dios, para dar verdadera vida a este mundo. Porque esta es la voluntad de Dios: enviar a su Hijo para que todo aquel que en El crea no se pierda sino que tenga vida eterna y sea resucitado en el día final. En este esquema de los propósitos de Dios, el Señor da a su Hijo a aquellos que han de salvarse y Jesús recibe a todos aquellos que el Padre les da y no les echa fuera, sino que les da vida, perdón y paz. Esta es la parte central de todo el diálogo, porque aquí el Señor no está usando ninguna figura sino que está hablando claramente sobre su persona y sobre su misión.
Jesús es el pan de vida
«Le dijeron: Señor, danos siempre este pan. Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás»
Los judíos no habían entendido lo que Jesús estaba hablando. Él hablaba del pan que descendió del cielo en contraste al maná que Dios envió del cielo, pero apuntando a sí mismo como ese pan de vida que viene del cielo. Sin embargo, los judíos concluyen: Señor, danos siempre de ese pan. No habían entendido ni la identidad, ni la naturaleza ni el poder de ese pan de vida que Dios ahora ofrecía al hombre. Por ello, el Señor Jesucristo tiene que hablar claramente y decir: Yo soy ese pan de vida, el que viene a mí nunca tendrá hambre y el que en mí cree no tendrá sed jamás. A diferencia del maná que solamente saciaba el hambre física, el Señor Jesús sacia el hambre y la sed espiritual. Cuando el Señor Jesucristo se encontró con la mujer samaritana él le dijo: «Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:13-14). Quien acude a Jesús jamás tendrá necesidad espiritual, porque el Señor suple esa necesidad por medio de la salvación en Cristo Jesús. Asimismo, Jesús clamó: «En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7:37-39). Esta es la poderosa oferta que Dios hace en Cristo Jesús, lo cual es el cumplimiento del ofrecimiento que Jehová hizo siglos antes del nacimiento del Salvador: «A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David. He aquí que yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones. He aquí, llamarás a gente que no conociste, y gentes que no te conocieron correrán a ti, por causa de Jehová tú Dios, y del Santo de Israel que te ha honrado. Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar» (Isaías 55:1-7). Es interesante notar que aquí Juan usa un doble negativo para enfatizar que no, nunca, de ninguna manera el que acude a Cristo tendrá hambre o sed espiritual.
Jesús no rechaza a quien el Padre le da
«Más os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis. Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió»
Sin embargo, Jesús hace una conclusión anticipada y dice: A pesar de que me han visto no creen. ¿Por qué? Porque solamente los que el Padre le da al Hijo, son los que vienen a Él. Y los que vienen a Jesús, Él no les echa fuera, no les rechaza. Esto quiere decir que es salvo quien es llamado por Dios, quien es iluminado en su entendimiento y regenerado, para poder responder en fe al evangelio de Jesús. Hermanos, la salvación es obra de Dios desde el inicio hasta el final. Si he creído es porque el Señor me ha llamado y he respondido a ese llamado eficaz. Y si he respondido a ese llamado eficaz, iré a los pies de Jesucristo en arrepentimiento y fe. Y el Señor me recibirá, porque Él no ha venido a hacer su voluntad, sino la voluntad del que le envió. El mismo dijo líneas más abajo en el capítulo 6 del evangelio de Juan: «Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre» (Juan 6:65). También el Señor Jesús clamó: «Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga» (Mateo 11:26-30). Dale gloria a Dios porque si estás aquí en esta noche y has creído en Jesús es porque Dios te llamó con llamamiento eficaz, te regeneró, te levantó, te dio entendimiento y abrió tus ojos para que veas al Santo y seas salvo por el conocimiento del Señor Jesucristo, y cuando acudiste al Señor en fe, Él no te rechazó. Si siendo pecador, Cristo murió por ti y no te rechazó, ¿cuánto más ahora que eres redimido, hijo de Dios y declarado justo por la gracia de Dios? Aquí también Juan usa un doble negativo para indicar que no, de ninguna manera, jamás nadie que acuda al Señor Jesús en arrepentimiento y fe será rechazado por El.
La voluntad de Dios el Padre
«Y esta es la voluntad del Padre, el que me envió: Que de todo lo que me diere, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquél que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero«
¿Cuál es la voluntad de Dios? Hemos dicho que la salvación es por la voluntad de Dios y aquí el Señor Jesús lo expresa claramente: Que de todos los que el Padre le dé a su Hijo, El no pierda nada. Todo aquel que es llamado de Dios acudirá al Señor y todo aquel que acude al Señor y es salvo nunca se perderá, sino que será guardado por el poder de Dios y aunque muera físicamente será resucitado en el día postrero, el día final. Vuelve el Señor a repetir esta poderosa verdad: Todo aquel que ve al Hijo con los ojos de la fe y cree en El, confesando su nombre como Señor y Salvador, tiene vida eterna, será guardado por el poder de Dios y será resucitado con cuerpo incorruptible en el día final. Hermanos la gracia de Dios es irresistible y su llamado eficaz. Nadie puede oponerse a la voluntad de Dios. El que es llamado de Dios a la salvación, vendrá a los pies de Jesús, será salvo y guardado por Dios. Cuando el Señor se encontró con María la hermana de Martha, le reveló una poderosa verdad: «Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» (Juan 11:25-26)
¿Qué es lo que vemos hasta entonces?
Es la voluntad de Dios que el hombre sea salvo; por ello, el mismo llama a hombres a la salvación. Estos hombres llamados y escogidos por Dios serán regenerados y responderán en arrepentimiento y fe, viniendo a los pies del Señor Jesús. El Señor promete que no los rechazará, sino que los recibirá, salvándoles y guardándoles por su poder, no para una vida perfecta sin pecado sino para una vida perseverante en la fe del Señor Jesús, una vida de crecimiento y semejanza al Hijo de Dios, donde seremos guardados por el poder de Dios hasta el momento en que seremos transformados con cuerpos incorruptibles y llevados a la misma presencia del Señor para estar siempre con El.
4. Jesús es el que ha visto a Dios y quien da su vida por el mundo (v. 41-51)
«Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí. No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo«
En esta cuarta sección empezamos a ver la reacción de los judíos quienes empiezan a oponerse al mensaje del Señor Jesús. Responden no solo con incredulidad, sino que ahora responden con menosprecio ante la identidad de Jesucristo como el pan de vida. Ante esto, el Señor sigue manteniendo su identidad como el pan que desciende del cielo para dar vida al mundo, solo que ahora añade que no solo es suficiente saber o creer que Jesús es el pan de vida, sino que hace falta entender que el pan que el Señor dará es su propia carne y que el que acude al Señor debe comer de ese pan. Con esto hace más dura la revelación ante los judíos pero a la vez declara la necesidad no solo de un conocimiento intelectual del Salvador sino de una apropiación, de una interiorización, de una identificación con el Señor por medio de la fe y una relación personal.
Menosprecio a causa de la incredulidad
«Murmuraban entonces de él los judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendió del cielo. Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido? Jesús respondió y les dijo: No murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí»
Primero los judíos preguntaban, ahora murmuran entre sí a causa de la revelación del Señor como el pan que descendió del cielo. Su reclamo es en extremo ofensivo: ¿No es este Jesús, el hijo del carpintero? ¿No conocemos a su familia? ¿Cómo se le ocurre decir que es el pan que ha descendido del cielo? Esta actitud de menosprecio se debía a la incredulidad y el Señor Jesús lo identifica claramente. Dice el Señor que ninguno puede venir al Señor en fe si el Padre no le trajere. Eso era lo que Escritura decía y la conclusión lógica es que el que oyó el llamado del Padre y aprendió de Él, vendrá a Jesús, reconociéndole como el Salvador del mundo, como Señor y Dios. De otra forma, el hombre siempre verá a Jesús como un buen hombre, un maestro, un gurú, pero no como Dios y Salvador. El profeta Isaías exclamaba lo mismo: «¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová? Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos» (Isaías 53:1-2). Solamente sobre aquellos que se ha revelado el brazo poderoso del Señor en el llamamiento a la salvación, sólo ellos verán a Cristo como Salvador pues sus ojos han sido abiertos e iluminado su entendimiento.
El pan de vida que es entregado por el mundo
«No que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo«
Jesús aclara: Nadie ha visto al Padre ni puede verlo. El Hijo, el Unigénito del Padre, el que mora en su seno, Él le ha visto y revela a Dios a la humanidad. El que es llamado por Dios, acude en fe a Jesús y allí puede realmente conocer a Dios porque Jesús da a conocer a Dios. Una vez más el Señor dice: Amén, amén (un doble positivo que enfatiza la verdad a explicar), el que cree en Jesús tiene vida eterna. A diferencia de los antiguos judíos que comieron el maná y aun así murieron en sus delitos y pecados, porque el maná solo satisfacía el hambre física, el que come del pan vivo que desciende del cielo, esa persona vivirá para siempre, porque el pan del cielo satisface la necesidad del perdón y la perdición del hombre, da vida espiritual y eterna. El Señor Jesús también aclara que el pan que el Hijo del Hombre dará no es un pan literal, sino que es su propia carne, su vida física la que el Señor entregará por la vida de este mundo. Esa es la poderosa diferencia entre el maná en el desierto y el pan de vida, el Señor Jesucristo, el pan perfecto, verdadero y santo que Dios da para que el mundo sea salvo por El.
¿Qué es lo que vemos hasta entonces?
El Señor Jesús es el único que ha visto a Dios, quien le conoce y le revela a la humanidad. Además es quien da vida al mundo por medio del sacrificio de su propia vida. A diferencia del maná que no soluciona el problema del pecado del hombre, Jesucristo provee perdón y vida eterna a todo aquel que es llamado por Dios y acude a los pies del Salvador en arrepentimiento y fe.
5. Jesús es quien invita a todos a tener una comunión íntima con Dios (v. 52-58)
«Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente«
Ahora los judíos ya no preguntan interesados, ya no murmura, sino que contienden entre sí, confusos y sorprendidos por estas verdades que el Señor está revelando a sus oídos. Para los judíos era una abominación siquiera pensar en el canibalismo, pero es que ellos no estaban entendiendo las verdades espirituales que el Señor estaba enseñándoles y no las entendían porque Dios no les había llamado y por ello permanecían en la dureza de su corazón y en su incredulidad. Ante esto, el Señor Jesús aun hace una revelación más sorprendente: No solo comer su cuerpo, sino beber su sangre, su propia sangre era lo que se demandaba de todo aquel que quería ser salvo; porque su carne y su sangre son los únicos medios para la salvación y la obtención de la vida eterna. Vemos que el Señor Jesucristo no está amoldando el evangelio a las opiniones o gustos de las personas, sino que esta anunciando las condiciones de Dios: Él ha establecido que la salvación es por medio de Jesucristo, por la fe en El y por la apropiación del sacrificio de su carne y sangre.
Verdadera comida y verdadera bebida
«Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él»
Los judíos se encontraban escandalizados ante la realidad del canibalismo que aparentemente estaba solicitando el Señor Jesús. Su incredulidad, su orgullo y la dureza de su corazón no les ayudaba, sino que les confundía más y les endurecía más ante las revelaciones del Señor Jesús. Que terrible efecto produce el evangelio en los corazones incrédulos: dureza en vez de fe, orgullo en vez de humildad. ¿Cómo puede este darnos a comer de su carne? La respuesta del Señor es sorprendente: No se interesó siquiera en aclarar el mal entendido, sino que añadió: No solo mi carne, sino mi sangre también. El que quiera vida eterna, paz y perdón no sólo debe comer mi carne, sino beber mi sangre. Es una apropiación completa de Jesús lo que es necesario para la salvación. O me interiorizo completamente del Señor Jesús o no tendré vida eterna. Un conocimiento intelectual del Señor Jesús no es suficiente, eso no da vida eterna. Hay muchos expertos en teología y en la vida de Jesús en estos instantes ardiendo en el infierno. Sentirme bien o tener un aprecio por la vida de Jesús y considerarle un buen hombre no es suficiente. Miles de los que vieron las películas sobre la vida de Jesús y derramaron lágrimas cuando vieron a Cristo ser castigado y crucificado están y estarán ardiendo en el infierno porque sólo sintieron pena por como maltrataban a un hombre. Es necesaria una entrega total, un abandono de mí mismo en la persona y obra del Señor Jesús. Todo o nada. Me entrego en cuerpo y alma al Señor Jesús o no tendré la salvación. Me apropio de todo el Señor Jesús o no conoceré la verdadera salvación. Su carne es verdadera comida espiritual, su sangre es verdadera bebida que sacia la sed espiritual. ¿Puedo decir en esta hora que le pertenezco por completo a Jesús? Aún más, ¿puedo decir en esta hora que Jesús me pertenece por completo? ¿Soy uno con El, un espíritu con el Señor? Si no es así, entonces no he comido su carne y bebido su sangre, no permanezco en El y no le conozco.
El pan que da vida eterna
«Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente«
Así como el Hijo está identificado y unido a su Padre Celestial, así el creyente está unido e identificado con su Señor y Salvador. El maná no podía dar eso porque solo saciaba el hambre física. Jesús, el pan del cielo ofrece no solo saciar el hambre y la sed espiritual, sino que el Señor nos invita y ofrece verdadera identificación, comunión, salvación, una relación y una vida eterna de paz con Dios. El que busca solo la satisfacción de sus necesidades temporales y físicas podrá encontrar seguramente como satisfacerlas pero siempre tendrá más necesidad y al final de su vida morirá como todos e irá rumbo a la condenación y en el infierno no importará si en vida fuiste rico o pobre, alto o bajo, educado o ignorante, todos allí arderán en el fuego por igual. Pero si acudimos al pan de vida a saciar nuestra necesidad espiritual, el Señor nos promete vida eterna, satisfacción permanente, paz con Dios y vida eterna que jamás terminará.
¿Qué es lo que vemos hasta entonces?
El Señor Jesucristo nos extiende una invitación a todos en esta noche: Ven a los pies del Señor, ven y come y bebe del pan de vida, el pan que descendió del cielo, el pan de Dios, el pan que da vida al mundo. Ven a confesar tus pecados y pedirle al Señor que te salve, te de paz y vida eterna con Dios. Confiésale como Señor y Salvador de tu alma, aprópiate de Él y clama: ¡Jesús es mío y yo soy suyo! Ven y tendrás vida eterna y no perecerás jamás.
Conclusiones
Este capítulo 6 de Juan termina con una gran multitud de los que seguían al Señor y muchos de sus discípulos volviéndose atrás y dejando al Señor, porque consideraban demasiado escandalosas las verdades que Jesús estaban revelando. Dice la Escritura que Jesús se volvió a los doce y les preguntó: «¿Acaso se quieren ir también ustedes?«. Y en una respuesta que ha quedado registrada para la eternidad, Pedro, el pescador impetuoso e ignorante suplicante respondió desde el fondo de su corazón: «Señor, ¿a quién iremos, si solo tú tienes palabras de vida eterna?«. Este es el corazón de un verdadero creyente, uno que sabe que no puede ir a otro lado que no sea a los pies del Señor Jesús, uno que no pone excusas, que no hace peticiones, que no pone condiciones para seguir al Señor, sino que simplemente le sigue adorándole y obedeciéndole porque sabe que solo en Cristo hay salvación y vida eterna. En esta noche mi hermano y amigo, has escuchado la Palabra del Señor Jesús, ¿quieres irte tú también? ¿Te parecen exageradas las exigencias del Señor? ¿Estás dispuesto a entregarte por completo a Jesús? ¿Cómo responderás al Señor? La decisión está en tus manos. Si el Padre te ha llamado, hoy en esta noche ven a los pies del Salvador.
Amén!