«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (Mateo 18:15-35)»

En esta oportunidad vamos a estudiar una de los elementos del carácter cristiano con el que muchas veces lidiamos y que sin embargo, debería ser una de las primeras reacciones de quien ha recibido y entendido el perdón de Dios: el perdón. A esto nos referimos con la actitud y disposición de perdonar que debe tener todo hijo de Dios frente a quien le ha hecho daño u ofendido de alguna forma. Sabemos que todo creyente ha sido perdonado por Dios; sin embargo, nos cuesta transmitir esa misma actitud de perdón a nuestras relaciones interpersonales, sino que más bien muchas veces damos pie al rencor, la amargura, la falta de perdón. Esto es una muestra de dureza de corazón y de rebeldía abierta contra el Señor, dado que Él ya nos ha perdonado de toda deuda y nos ha dado el mandamiento  claro de perdonar: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Colosenses 3:12-13)

Lo que nos enseña la Palabra de Dios es que el propósito del perdón entre hermanos es resguardar a las ovejas del Señor para que no se pierdan. Para ello, es establecido por Jesucristo el proceso de la disciplina cristiana, así como el establecimiento de las verdades de la responsabilidad de perdonar y retener que tienen los creyentes. El relato del siervo que no quiso perdonar es la mejor ilustración de lo perniciosa que es la falta de perdón, la cual debe ser una característica del creyente, debido a que el mismo ha sido perdonado de su condición pecadora y la condenación que merecía por causa del sacrificio de Jesucristo. Para esto, vamos a leer el evangelio de Mateo, capítulo 18, versos 15 al 35.

1. El proceso del perdón (v. 15-17)

«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano«

En esta primera sección vamos a estudiar acerca del proceso del perdón en el contexto de la iglesia local, la congregación donde conviven los creyentes y donde es probable que se produzcan la mayor cantidad de ofensas y daños entre hermanos. Hay que tener en cuenta que la Biblia reconoce que van a haber ofensas entre hermanos en medio de la congregación, no se niega esta realidad, pero la idea del perdón, su propósito es evitar que los hermanos se pierdan. Versos antes se cuenta la parábola de la oveja perdida y esta parábola termina de la siguiente manera: «Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños» (Mateo 18:14). Es en este contexto, el de la voluntad de Dios que no quiere que uno de sus hijos se pierda, que entramos de lleno a la descripción de cómo se debe manejar el perdón y la disciplina en la iglesia del Señor.

El primer paso: reprensión a solas

«Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano»

El primer paso que se debe dar cuando ocurre un conflicto entre dos hermanos, o cuando uno de ellos ha dañado de alguna forma al otro es que el hermano ofendido debe buscar al ofensor y reprenderle a solas. Si el hermano que ha ofendido le oyere, se ha cumplido el propósito del perdón: se ha ganado al hermano que pecó. Esta frase es muy profunda y muestra el objetivo de este plan, que es restaurar la comunión, el amor y la relación entre hermanos en Cristo Jesús. Asimismo se ha restaurado la comunión del pecador con su Señor, que había sido interrumpida por causa de su pecado y ofensa a su hermano. La palabra aquí traducida por «reprender» da la idea de convencer, exponer el pecado cometido y procurar el arrepentimiento y la restauración de la comunión.

 

El segundo paso: uno o dos testigos

«Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra»

El segundo paso que se debe dar cuando ocurre un conflicto entre hermanos, es que si el hermano ofensor no oyere la reprensión sino que mantuviera la conducta de pecado y ofensa ante su hermano, entonces el que ha sido ofendido debe traer a un hermano o dos, miembros maduros de la congregación para que ellos sirvan como testigos de la reprensión hecha nuevamente al ofensor. Esto está basado en los principios del Antiguo Testamento: «No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación. Cuando se levantare testigo falso contra alguno, para testificar contra él, entonces los dos litigantes se presentarán delante de Jehová, y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días. Y los jueces inquirirán bien; y si aquel testigo resultare falso, y hubiere acusado falsamente a su hermano, entonces haréis a él como él pensó hacer a su hermano; y quitarás el mal de en medio de ti. Y los que quedaren oirán y temerán, y no volverán a hacer más una maldad semejante en medio de ti. Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie» (Deuteronomio 19:15-21). El propósito sigue siendo el mismo: propiciar el arrepentimiento del ofensor y la restauración de la comunión entre los hermanos y la unidad de la Iglesia.

 

El tercero paso: el anuncio a la iglesia

«Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia»

El tercer paso que se debe dar cuando se produce un conflicto entre hermanos es que si el hermano aún persiste en su actitud de pecado y no quiere arrepentirse, entonces es deber del ofendido y los hermanos maduros que han servido como testigos de llevar el caso a consideración de la iglesia en general. Esto definitivamente puede ser considerado un evento muy vergonzoso pero es necesario para salvaguardar el testimonio, la santidad de la iglesia y producir temor entre todos. Por ejemplo, para el caso de creyentes que pecan pero que tienen puestos de responsabilidad en la congregación Pablo enseña: «Contra un anciano no admitas acusación sino con dos o tres testigos. A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman» (1 Timoteo 5:19-20). Asimismo, cuando el apóstol Pablo escribió su segunda carta a los corintios, al considerar el caso de algunos hermanos que no se habían arrepentido de sus pecados que estaban cometiendo, el escribe: «Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes; que cuando vuelva, me humille Dios entre vosotros, y quizá tenga que llorar por muchos de los que antes han pecado, y no se han arrepentido de la inmundicia y fornicación y lascivia que han cometido. Esta es la tercera vez que voy a vosotros. Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Corintios 12:20-21, 13:1)

 

El paso final: la excomunión de la iglesia

«y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano«

El paso final en el proceso del perdón y restauración para cuando un hermano ha ofendido o pecado contra otro es que si el hermano ha endurecido su corazón y se resiste a arrepentirse, a pedir perdón y ponerse bajo la disciplina de la iglesia y restaurar su relación con el hermano y su comunión con el Señor es que debe ser expulsado de la iglesia y considerado como gentil, es decir, un incrédulo. Podemos  ver el caso del hombre inmoral que congregaba en la iglesia de Corinto y que mantenía una relación con la esposa de su padre: «De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción? Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (1 Corintios 5:1-5). Este hermano había pecado contra su padre, contra el testimonio del evangelio, contra la santidad de la iglesia y no se había arrepentido. Por lo tanto, el veredicto del apóstol Pablo es claro: «Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará. Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros» (1 Corintios 5:11-13). El tal fue expulsado de la iglesia y considerado como gentil e incrédulo. El asunto no es desterrarlo, sino que entienda las consecuencias de su pecado y ponerle en posición de ser tratado como un incrédulo, es decir, con amor, predicándole el evangelio pero sin participar de la comunión y los beneficios de la congregación.

¿Qué es lo que vemos hasta el momento?

El proceso del perdón nos enseña que hay una serie de pasos establecidos y enseñados por el Señor Jesucristo para tratar el caso cuando un hermano ofende o peca contra otro. El objetivo es producir temor entre los hermanos para evitar que pequen, resguardar el testimonio y la santidad de la Iglesia del Señor y restaurar la comunión entre hermanos, la unidad espiritual que  hemos recibido en Cristo Jesús y que el hermano que ha pecado se arrepienta y restaure su comunión con el Señor.

El propósito del perdón es la restauración de la comunión entre los hermanos

2. La autoridad del perdón (v. 18-20)

«De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos«

En esta segunda sección lo que vamos a ver es que la iglesia ha recibido autoridad para poder ejecutar este proceso de disciplina y perdón, dada la presencia sobrenatural del Señor en medio de los creyentes y dada la autoridad delegada que los creyentes tienen en asuntos de fe y conducta, siempre y cuando estén sometidos a la regla máxima de fe y conducta de los cristianos, la Palabra de Dios.

La autoridad de Jesús en medio de la congregación

«De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos»

Esta es una de las porciones de las Escrituras más malentendidas y manoseadas por aquellos que gustan de elaborar tendenciosas y pérfidas doctrinas basadas en un solo texto, sin la interpretación correcta y desoyendo las elementales reglas de la interpretación y la hermenéutica. Hemos oído de muchas iglesias donde se enseña a decretar, atar, declarar prosperidad, bendición, atar a la enfermedad, desatar prosperidad y bendición y todas estas descabelladas doctrinas están basadas en este texto y sólo hay dos textos además de este en la Biblia que mencionan la acción de atar y desatar: «Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mateo 16:18-19). También: «Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus  bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa. El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama» (Mateo 12:29-30)  Pero, ¿qué es lo que el Señor nos está tratando de decir aquí? Para poder entender claramente tenemos que considerar el contexto en el que se han escrito estos textos. Es interesante ver que sólo Mateo hace referencia a estas supuestas órdenes acerca de «atar» y «desatar» y esto es porque en la ideología judía atar y desatar simbolizaba el hecho de denegar o permitir algo. En Mateo 16:18-19 el Señor Jesús habla directamente a Pedro, dándole las llaves del reino y dándole el atar (permitir) o desatar (denegar) el obrar del evangelio en el mundo; y sabemos que en efecto, el abrió la puerta del evangelio, siendo el primero en predicar una vez nació la iglesia en Pentecostés. En Mateo 12:29-30 la idea aquí es que Jesús es más poderoso que Satanás y por ende le ha vencido y puede arrebatarle y expulsar demonios con el poder de Dios. En el texto que nos atañe, el contexto es del de la disciplina de la iglesia y la idea que subyace aquí es que los creyentes tienen la autoridad delegada por Dios de atar (separar incluso de la congregación al hermano que no se arrepiente) y de desatar (restaurar al hermano que confiesa su pecado y se arrepiente) en base a la autoridad de Dios y que lo que ellos hacen se ratifica en los cielos y lo que sucede en los cielos es ratificado o confirmado en la tierra. La idea aquí es pues la unidad y la autoridad que el Señor ha delegado en su iglesia para asuntos de perdón, disciplina y restauración, una vez más con miras a preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3) teniendo el ánimo pronto a restaurar al caído (Gálatas 6:1)

 

La presencia de Jesús en medio de la congregación

«Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos«

La razón del porque la iglesia tiene esa libertad dada por el Señor para administrar la disciplina correctiva es porque el Señor ha prometido estar siempre en medio de su pueblo: «Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28:19-20). El Señor está en medio de los creyentes, su presencia garantizada por el Espíritu Santo nos hace recordar la unidad espiritual que todos los creyentes gozamos y la santidad a la cual el mismo Señor nos ha llamado. Dejar lugar a la falta de perdón, la ofensa, el pecado, la amargura, el resentimiento, el odio y los conflictos entre hermanos es sinónimo de carnalidad y no es agradable al Señor por cuanto rompe la comunión que debe haber entre los hijos de Dios: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales; pues habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales, y andáis como hombres?» (1 Corintios 3:1-3)

¿Qué es lo que vemos hasta el momento?

Los creyentes han recibido la autoridad delegada de parte del Señor para administrar la disciplina correctiva al hermano que ha pecado pero que persiste en su error y no quiere arrepentirse. Esto es así porque el mismo Señor esta en medio de su Iglesia, por medio de su Espíritu Santo, llamándoles a que preserven la unidad espiritual que todos los creyentes tenemos y a la santidad que la iglesia debe manifestar.

Hemos recibido el perdón de Dios y debemos perdonar a quienes nos ofenden

3. La ilustración del perdón (v. 21-35)

«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas«

En esta sección vamos a ver ahora los dos principios anteriormente explicados: el del proceso del perdón y la autoridad delegada para administrar disciplina ilustrados por medio de una parábola narrada por el mismo Señor Jesucristo, donde podemos ver todos estos conceptos en acción y entender el porque es tan importante que el creyente tenga una actitud de perdonar, así como la necesidad que hay de llegar a la disciplina bíblica para preservar la santidad y el testimonio de la iglesia.

Un estilo de vida de perdonar

«Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete»

Ante las enseñanzas del Señor Jesucristo sobre la disciplina que se debe realizar en la iglesia, la autoridad que los creyentes tienen para administrar dicha disciplina con miras a la restauración del hermano que ha pecado, entonces Pedro se le acerca y le pregunta: ¿Señor, cuantas veces perdonare a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete? Su pregunta sonaba tanto altanera como apresurada. En función de las enseñanzas del Señor, Pedro intentaba concluir que una persona verdaderamente espiritual debería perdonar aun hasta 7 veces (un número que indica plenitud) a aquel que ha pecado contra esa persona. Sin embargo, el Señor le sorprende diciéndole que no solo hasta 7 sino aun hasta 70 veces 7, es decir 490 veces. 490 ofensas hechas por la misma persona  y que deben ser perdonadas. Ciertamente el Señor no nos manda a guardar cuenta de las veces que nos han ofendido: «El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor» (1 Corintios 13:4-5). El amor no guarda rencor, no toma cuenta del daño ofendido. Lo que el Señor Jesucristo le estaba enseñando a Pedro y a sus demás discípulos es que el creyente debe tener una actitud de perdón, una constante y persistente posición de pasar por alto la ofensa y cubrir con amor multitud de pecados.

 

El gran perdón que hemos recibido

«Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda»

Para ilustrar sobre la enseñanza acerca del perdón, nuestro Señor procede a declarar lo que es el reino de los cielos. Este es semejante a un rey que se puso a hacer cuentas con sus servidores. Así pues, fue hallado que uno de ellos le debía diez mil talentos, una cantidad exorbitante de dinero en esas épocas. El denario y el talento eran las unidades monetarias en los tiempos del Nuevo Testamento. Un denario era el salario de un obrero común o un soldado. Un talento equivale a 6,000 denarios, lo que equivale a 16 años de trabajo de un obrero común. 10 mil talentos equivalían a 160,000 años de trabajo de una persona. Era una cantidad increíblemente alta, propia de personajes millonarios, menos de un siervo del rey. Como era obvio, este siervo no podía pagar esa deuda, así es que el rey mandó que se le vendiera como esclavo, a él, su mujer y sus hijos y todo lo que tenía para que pagara esa deuda y sabemos que ni con eso podría cubrir semejante deuda.  Ante esta situación desesperada, el siervo se postró ante su señor y le suplicaba, pidiéndole paciencia porque el pagaría toda la deuda. La solicitud era tan descabellada como grande era su deuda. Era imposible para ese siervo pagar esa cuenta. Podía pedirle paciencia a su amo, porque eso no dependía de él, pero ¿pagar la deuda? No había forma de pagar esa cantidad de dinero, tendría que ganar mucho dinero diario, más de lo que un servidor real ganara para poder pagar esa deuda en el plazo de toda su vida. Sin embargo, ante su desesperación, ante su impotencia y la desgracia en la que se encontraba este siervo y su familia, el Rey tuvo compasión. Dice el Señor que fue movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda. Ante la desesperada condición del siervo, el Señor actuó con misericordia y mostró gracia: se compadeció de la miseria de su siervo y mostró gracia al perdonarle la deuda y liberarlo. ¡Este siervo ahora era libre, no tenía ninguna deuda ni obligación ya con su rey! Su familia era libre, el era libre y estaba fuera de todo peligro. ¡Qué grande fue la gracia de ese rey!

 

La falta de perdón

«Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda»

 

Si fue maravillosa la gracia y la misericordia del rey que le perdonó semejante deuda a su siervo, sin tener porque hacerlo; mayor aún es la ingratitud, la dureza de corazón y la maldad de este siervo, quien a pesar de haber sido perdonado de semejante obligación y esclavitud en la que estaba inmerso, no le pudo perdonar la deuda que había contraído con el uno de sus consiervos. Nótese que este consiervo le debía solamente cien denarios, lo cual es una cantidad irrisoria si la comparamos con la enorme deuda que tenía con el rey este siervo; sin embargo, a diferencia de suprema autoridad de dicho reino, este servidor tenía un corazón duro y malvado: a pesar de que su consiervo le rogaba y le prometía pagarle todo lo que le debía, el no quiso perdonarlo. Cien denarios era una cantidad que si podía pagarse, a diferencia de diez mil talentos; sin embargo, este hombre de duro corazón no quiso perdonar, ni tener misericordia, sino que lo echó en la cárcel hasta que pagase la deuda. El tenía avaricia pero no autoridad, no podía vender a su consiervo, a su esposa e hijos, porque no era el rey, pero si pudo denunciar a su amigo y echarlo en la cárcel y dejar a una familia desamparada sin padre por causa de su avaricia y amor por el dinero. Este hombre grafica claramente la falta de perdón y la amargura que se produce en el corazón cuando nos negamos a perdonar, dejando de lado lo que el Señor ha hecho por nosotros. Esta es justamente la advertencia hecha por el escritor del libro de los Hebreos: «Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados» (Hebreos 12:15)

 

La disciplina del Señor

«Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado. Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía»

 

Al presentarse este triste cuadro de falta de perdón e ingratitud, el Señor nos dice que los demás consiervos, que fueron testigos de lo que sucedió, entristecidos fueron y contaron al rey todo lo que había pasado. El rey prestó atención al asunto y al llamar al siervo a su presencia lo califica de malvado, lo acusa de ser un esclavo malo, porque no hizo la voluntad de su Señor. La voluntad del Señor era que así como El había perdonado la enorme deuda que le aprisionaba, el debía haber hecho lo mismo con su consiervo, perdonándole y actuando con misericordia. Esta es la base de la enseñanza apostólica sobre el perdón: «Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Colosenses 3:12-13). Sobre la base de lo que el Señor ya ha hecho por nosotros, el perdonarnos de la imposible deuda del pecado, se espera que nosotros, sus siervos y esclavos hagamos la voluntad de nuestro Señor, tratando a los demás con misericordia y perdonando a los demás sus ofensas, deudas y pecados, así como nosotros hemos sido perdonados por Dios. Pero este siervo malvado no hizo  eso, por lo cual, su Señor, el Rey, enojado le entregó a los verdugos, se canceló el perdón y fue echado en la cárcel dado que nuevamente era deudor. Y sabemos que su deuda era tan grande que no podía pagarla nunca. Así que este hombre murió en la cárcel, incapaz de poder pagar, arrebatado de la bendición que había recibido por causa de la dureza de su corazón.

 

El principio generalizado

«Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas«

Una vez que el Señor termina de narrar la parábola, que debe haber causado una gran impresión en Pedro y en los demás discípulos, el Señor procede a enunciar el principio generalizado, la aplicación de esta parábola: Así como hizo el rey que castigo al siervo malvado por no perdonar, así también hará el Padre Celestial con cada uno de sus hijos que se rehúsan a perdonar a sus hermanos sus ofensas. El creyente de corazón duro, que se rehúsa a perdonar a sus hermanos sus ofensas, recibirá la disciplina correctiva de Dios. El que perdona a sus hermanos sus ofensas, así como Dios le ha perdonado todos sus pecados en Cristo, obedece la Palabra de Dios que dice: «perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (Mateo 6:12). El perdón entre hermanos es posible porque el Señor ya nos ha perdonado todo pecado y ha cancelado la deuda que teníamos con Dios y nos ha capacitado con el Espíritu Santo de la promesa para poder perdonar a quienes nos ofenden. No hacerlo es despreciar el sentido del evangelio y echar a un lado el ministerio que hemos recibido de anunciar las buenas nuevas del perdón que Dios ofrece al hombre. Pensemos, ¿cómo podría yo anunciar el perdón de Dios al hombre si yo mismo vivo resentido, amargado y no quiero perdonar a alguien que me ha ofendido?

¿Qué es lo que vemos hasta el momento?

El Señor Jesucristo nos ha ilustrado la realidad  y el mandato del perdón con la parábola de los dos deudores: Sobre la base del perdón de Dios que hemos recibido los creyentes, lo que se espera es que perdonemos a quienes nos ofenden con la misma actitud y disposición con la que hemos recibido el perdón. No hacerlo es negar la verdad reconciliadora del evangelio y exponernos a la disciplina de Dios, quien no nos va a perdonar si es que nosotros negamos el perdón a nuestros semejantes.

Debemos perdonar porque Dios nos ha perdonado

Conclusiones

La Escritura enseña que los creyentes somos embajadores de Cristo, ministros de la reconciliación. Esto quiere decir que nosotros debemos encarnar el mensaje reconciliador de Dios al hombre: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Corintios 5:17-20). Nosotros encarnamos el mensaje de Dios, pero ¿cómo podemos representar el mensaje de perdón y gracia abundante de Dios para el hombre, cuando en nuestro corazón hay amargura, enojo, ira, falta de perdón, molestia y enfado hacia nuestros hermanos? Si hacemos esto somos hallados testigos falsos del Señor, ministros hipócritas y fraudulentos de Cristo, porque no representamos lo que decimos. El evangelio es el mensaje de la reconciliación, el perdón, la paz y a paz nos ha llamado el Señor.

Como creyentes siempre seamos los primeros en perdonar, nunca dejando que el sol se ponga sobre nuestro enojo, siendo pacificadores, reconciliadores, estableciendo puentes de perdón y paz entre los hombres: «Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros» (2 Corintios 13:11)

Amén!

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