En esta oportunidad vamos a examinar lo que la Palabra de Dios nos tiene que enseñar sobre el gozo y como este determina nuestra actitud y como nos enfrentamos a la vida y a las circunstancias que nos rodean. El creyente es llamado a vivir en el gozo del Señor, la cual es su fortaleza y fruto del Espíritu Santo: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe» (Gálatas 5:22), así como un aspecto característico del reino de Dios dado a sus hijos: «porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14:17). El gozo del Señor que debe llenar la vida del creyente no debe estar condicionada por las circunstancias externas que vivamos, sino que, a semejanza del apóstol Pablo, podamos encontrar gozo en la presencia constante y poderosa del Señor. El, a pesar de experimentar multitud de tribulaciones en su vida y ministerio, supo encontrar la fuente del gozo y la satisfacción plena: su comunión con el Cristo vivo que le salvó y le suministraba la fuerza y el gozo por medio de su Espíritu Santo.
La Biblia nos enseña que el Señor Jesucristo está unido a su Padre en una unidad que ha existido desde la eternidad pasada y existirá por siempre. Esa unidad se manifiesta en el amor y la obediencia que el Hijo tiene para con su Padre y esa es la razón de su gozo y su complacencia: una comunión perfecta, hermosa, poderosa, eterna. De esa misma manera, el creyente es comparado a un pámpano unido a la vida verdadera, a Jesús, y esa unidad espiritual debe verse graficada en la obediencia, el amor, la comunión y el gozo que el creyente debe tener en la unión con su Señor. En ese sentido, el cristiano puede experimentar gozo y plenitud en la vida cristiana solo cuando su unión con el Señor Jesucristo es fuerte y viva, es decir cuando su comunión con el Señor es fuerte. Para ello vamos a leer el evangelio de San Juan, capítulo 15, versos 1 al 11.
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido»
1. Hay gozo en el Padre cuando damos fruto (v. 1-4)
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí«
En esta primera sección, el Señor Jesucristo va a dar una profunda enseñanza utilizando una figura que les era conocida a los judíos de su época. La Palabra de Dios enseñaba que Israel era la vid del Señor, su viña, sacada de las naciones con un propósito especial pero que no dio los frutos que el Señor esperaba: «Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres. Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella. Ciertamente la viña de Jehová de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá planta deliciosa suya. Esperaba juicio, y he aquí vileza; justicia, y he aquí clamor» (Isaías 5:1-7). Israel, como la viña del Señor no pudo dar los frutos que Dios esperaba porque no entendió los planes del Señor y porque su pecado le había apartado de Dios: «Te planté de vid escogida, simiente verdadera toda ella; ¿cómo, pues, te me has vuelto sarmiento de vid extraña? Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor» (Jeremías 2:21-22).
Limpiados para dar más fruto
«Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto»
A diferencia de Israel, Jesús se identifica como la vid verdadera, es decir, como la verdadera viña del Señor, quien daría los frutos que Dios esperaba y quien podía ser usado para ser luz hasta lo último de las naciones. Dios Padre es identificado como el labrador, reafirmando la íntima relación entre nuestro Señor Jesucristo y su Padre, así como su sujeción y obediencia a El. También se describe a los pámpanos, es decir, las pequeñas ramas que brotan del tallo principal de la planta de la vid y que son las que producen los racimos de uvas. Lo que se describe adicionalmente es la labor del labrador sobre la vid:
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Una labor de limpieza de la vid, quitando todo pámpano que no lleva fruto. La naturaleza dicta que todo pámpano unido a la vid debe dar fruto y si no lo está haciendo es porque no está unido realmente a la vid o porque el pámpano es defectuoso, está enfermo. Aquí podemos ver que la idea del labrador es evitar que la vid desperdicie energías y fuerzas en alimentar un pámpano que no produce fruto; por ello se dice que lo quitará, de tal forma que las fuerzas de la vid están enfocadas en la alimentación de los pámpanos que si producen frutos.
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Una labor de limpieza del pámpano, librándolo de toda impureza o cosa que le impida dar más fruto del que ya está dando. La idea y el énfasis es la producción de frutos y todo agricultor sabe muy bien que la labor de poda es fundamental para la salud de una planta y para asegurar una buena producción.
Israel era la vid del Señor y fue limpiada, fue podada, fue tratada por Dios de muchas maneras para exterminar de ella las impurezas, para sacar el pecado de su corazón; sin embargo, lo que vemos es que nunca produjo los frutos esperados; por ello fue disciplinada y aún continua en la disciplina del Señor hasta el tiempo de su restauración, tal como lo manifiesta la Palabra de Dios. Por el contrario, el Señor Jesús es la vid verdadera, el modelo del israelita ideal y asimismo la fuente de quien beben y obtienen su vida y sus fuerzas los pámpanos para producir frutos. A diferencia de Israel, estos pámpanos son tratados por Dios y si producen frutos y los que no lo hacen, son quitados de la vid.
Unidos para dar fruto
«Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí«
Aquí, y luego posteriormente en el versículo 5, el Señor Jesucristo identifica a sus discípulos con los pámpanos que están unidos a la vid. No sólo los identifica con ellos sino que declara que estos discípulos suyos que habían permanecido con el a pesar de que muchos le habían dado la espalda (Juan 6:60-71), que ellos eran pámpanos que estaban limpios. El labrador los había limpiado para que den más frutos; pero ¿cómo lo había hecho? El mismo Señor dice claramente «ya están limpios por la palabra que os he hablado«. La Palabra de Dios es una de las principales herramientas del Supremo Labrador para limpiar sus pámpanos: «¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra» (Salmos 119:9). Ellos ya habían sido purificados y debían siempre seguir siendo limpiados para seguir produciendo los frutos que de todo pámpano se esperan. El Señor Jesús les había asegurado esto anteriormente: «Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos» (Juan 13:10). El discípulo del Señor siempre debe ser limpiado para mantener la productividad de su vida espiritual y por ello es que el Señor ahora les dice: Permanezcan en mí y yo en vosotros. La razón es simple: un pámpano no puede producir fruto por sí solo, necesita de la savia de la vid para alimentarse y vivir. De la misma forma, el discípulo del Señor no puede permanecer limpio por sí mismo y no puede dar fruto en la vida espiritual por si mismo, sino que necesita de la provisión de la vida y poder espiritual que solo Cristo puede dar por medio de su Espíritu Santo. El concepto de «permanecer» era una verdad teológica que era muy importante para Juan y estaba relacionada con la vida espiritual que todo discípulo verdadero del Señor debía tener. Para Juan el creyente es alguien que permanece y por ende obedece a Cristo: «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6) y quien no permanece en Cristo demuestra con ello que nunca le conoció; es decir, nunca fue un pámpano realmente sano y unido a la vid: «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros» (1 Juan 2:19). Asimismo, permanecer en la vid, en Cristo tiene que ver con permanecer en el evangelio, en la Palabra de Dios: «Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre» (1 Juan 2:24). Por último, quien permanece en Cristo es quien está caminando en santidad: «Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido» (1 Juan 3:6)
¿Qué es lo que vemos hasta el momento?
El propósito de Dios el Padre, el labrador, es que los pámpanos unidos a Su Hijo, la vid verdadera, den fruto. Para ello, los limpiará, los podará para que den más frutos y quitará aquellos que no dan frutos porque nunca estuvieron realmente unidos a la vid. Hay gozo en el Padre cuando sus pámpanos dan frutos como hay gozo en el agricultor cuando ve los preciosos racimos de uvas brotar de los pámpanos sanos, unidos a la vid que el cuidadosamente limpia y alimenta. Así pues, se espera que los creyentes alegremos el corazón de Dios dando fruto para la gloria del Señor.
2. Hay gozo en el Hijo cuando damos mucho fruto (v. 5-6)
«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden»
En esta sección, el Señor Jesucristo hace la aplicación de la narración que momentos antes acaba de dar. Asimismo enfatiza que la verdadera condición para dar fruto y mucho fruto no es ser un pámpano que puede ser parte de la vid, sino en estar unido a la vid y permanecer unido a ella. Estos son los que llevan mucho fruto, dado que separados del Señor nada podemos hacer. Este pasaje ha sido también muy utilizado para defender o atacar la doctrina de la seguridad eterna de la salvación de los creyentes. Lo que vamos a ver aquí es que la evidencia de la verdadera salvación es la producción de frutos; por lo tanto el énfasis que vemos a lo largo de esta enseñanza es que el pámpano que da fruto es limpiado para que dé más fruto y cuando permanece en la vid da mucho fruto; pero el que no da fruto es quitado de la vid porque va contra la naturaleza de un pámpano que es la de dar fruto.
Unidos para dar mucho fruto
«Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer»
Con respecto a esta verdad, Charles Spurgeon decía: «Dice: «Separados de mí nada podéis hacer». Absoluta y positivamente nada. Cómo, ¿no dice que si busco y me esfuerzo, si concentro todas mis energías en un solo punto, si concentro todas mis facultades en un propósito, ni aun así podría holgarlo? Si yo fuera extremadamente cuidadoso; si fuera intensamente entregado; si orara con toda sinceridad, ¿no podría entonces lograr algo, aun sin la influencia del Espíritu? Puede ser que me cueste muchas dificultades; puede ser duro remar contra la corriente; pero, ¿no podría progresar por lo menos un poquito en la cosas de Dios, sólo con mi propio poder, sin ayuda, si me esforzara al máximo? «No» -el Señor Jesús dice que-: «no; separados de mí nada podéis hacer.» Puedes esforzarte como quieras, luchar como puedas; tus esfuerzos y tus luchas serían una fuerza mal aplicada; no te conducirían a progresar a tu meta: sólo te hundirían más profundamente en la ciénaga de la desesperación o de la presunción. Observen, además, que el texto no dice: «Separados de mí no podréis hacer algunas cosas grandiosas; algunos actos especiales de piedad; algunos actos elevados y supernaturales de arrojo, de abnegación y de sacrificio.» No; «Separados de mí nada podéis hacer.» La frase incluye, como lo perciben claramente, esos pequeños actos de gracia, -esos pequeños actos de piedad- para los que, en nuestra altiva arrogancia, pensamos que ya estamos suficientemente equipados. No pueden hacer nada; no solamente el más alto deber está más allá de su poder, sino el menor deber también. Ustedes no son capaces de hacer el menor acto de vida divina, excepto en la medida en que reciban la fuerza de Dios el Espíritu Santo» (Charles Spurgeon – La auto suficiencia eliminada, sermón 345). La promesa para quien permanece en Cristo es que no solo va a dar fruto o más fruto, sino mucho fruto. Una vida de productividad espiritual está reservada para el creyente que permanece unido a Cristo. Para entender mejor esto, recordemos la explicación de la parábola del sembrador que da el Señor Jesucristo: «Oíd, pues, vosotros la parábola del sembrador: Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno» (Mateo 13:18-23). El creyente en Cristo Jesús es quien da fruto y lo hace porque su corazón es buena tierra, ha recibido y entendido la Palabra de Dios y porque está unido a Cristo en esa unión íntima, espiritual y vital que todo creyente tiene con su Señor: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20)
Separados, inútiles e infructuosos
«El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden«
El creyente que permanece en Cristo produce abundante fruto para la gloria de Dios; sin embargo quien no permanece en Cristo demuestra que realmente no estaba unido a la vid verdadera, no era creyente y por lo tanto es echado fuera para secarse y quemarse. La madera de la vid no era buena para ser usada como leña porque se quemaba muy rápido y se consumía muy rápido también. Lo único que hace valioso a un pámpano son los frutos que produzca. Asimismo, se conoce a un verdadero creyente por los frutos que dé: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:15-20). Jesús advirtió a sus discípulos sobre aquellos falsos maestros, falsos creyentes que se infiltrarían en la iglesia del Señor para confundir a las ovejas; y estos pueden ser identificados no por su oratoria, su vestimenta o su hablar, sino por los frutos que evidencien en sus vidas. Un supuesto creyente que no da frutos en su vida está evidenciando que no es un pámpano unido a la vid y por ende es echado, se seca y su destino es la condenación. Es una realidad muy dura la que el Señor nos está graficando aquí pero es necesario entender que el cristianismo consta de una relación viva con el Señor y no solamente de una profesión de fe intelectual. Hay muchas personas que se consideran a sí mismas cristianas e hijas de Dios pero sin embargo, evidencian en sus vidas diarias no los frutos de un hijo de Dios, el fruto del Espíritu Santo, sino más bien evidencian los frutos de la carne y del pecado. Entonces, a la luz de lo que estamos viendo hoy, estas personas realmente son pámpanos que no están unidos a la vid, no son creyentes verdaderos y su destino final es secarse y arder por cuanto no están unidos a la vid verdadera.
¿Qué es lo que vemos hasta el momento?
Hay gozo en el Hijo de Dios, en la vid verdadera, cuando sus pámpanos producen abundante fruto que da gloria a Dios. Él es la vid que comunica la vida y la fuerza a los pámpanos, de tal forma que separados de Él, absolutamente nada podemos hacer. Este es el secreto del poder de la vida cristiana: estar unidos a Cristo es garantía de poder, fuerza y productividad espiritual. Estar separado de Él es garantía de sequedad, frialdad, muerte y por último condenación. En Él está la vida y la fuerza para lograr lo que ningún hombre puede hacer, no solo la vida espiritual sino el poder para vivir esa vida.
3. Hay gozo en los creyentes cuando estamos unidos al Señor y damos mucho fruto (v. 7-11)
«Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido«
En esta última sección, el Señor Jesucristo vuelve a repetir el mandato a permanecer en El. Este mandato es una verdad porque todo creyente está unido a la vid verdadera por medio de la salvación y a la vez es un mandato al creyente porque debe permanecer en Cristo y eso lo hace permaneciendo en la Palabra de Dios, en la comunión con el Señor. Esta permanencia, esta unidad y comunión con el Señor tiene muchas bendiciones tales como la producción de fruto espiritual que glorifica a Dios, oraciones contestadas y una vida de gozo profundo que emana del creyente que vive y sirve en el poder de Dios.
Unidos a Jesús llevamos mucho fruto
«Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos»
Permanecer en Cristo aquí ya no tiene el mismo sentido de la palabra permanecer en la sección anterior. Antes, permanecer era el requisito fundamental para dar fruto y para no ser echado fuera y quemado. Aquí, permanecer es una condicional y es equivalente a obedecer al Señor, es decir, guardar sus mandamientos. En conclusión, permanecer en Cristo es equivalente a que sus palabras permanezcan en nosotros: «Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres? Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:31-36). Esa permanencia en la Palabra de Dios produce 4 aspectos muy interesantes:
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Una vida de oración efectiva. Jesús promete que todo lo que pidamos será hecho. Hay que tener cuidado con pensar que nuestra oración no tiene límites porque la Biblia enseña que claramente los tiene: «Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho» (1 Juan 5:14-15)
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Una vida fructífera. El discípulo que permanece en Cristo no sólo da fruto, o más fruto, sino mucho fruto. Es un árbol que siempre está dando fruto, útil y productivo.
- Una vida que evidencia sin duda alguna que somos discípulos del Señor
- Una vida que glorifica al Padre Celestial.
Unidos a Jesús permanecemos en el amor de Dios
«Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor»
Otro aspecto de la permanencia del creyente en Cristo tiene que ver con esta declaración del Señor. La figura de la vid y el labrador nos da un panorama, un alcance de la verdad teológica más profunda que Cristo Jesús nos quiere comunicar aquí: El Padre Celestial tiene una relación de amor, eterna, profunda, comprometida e íntima con su Hijo Unigénito desde antes de la formación del mundo: «Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo» (Juan 17:23-24). «El Padre me ha amado» declara Jesús y esa relación es la que debe replicarse entre la vid y los pámpanos, entre Cristo y sus discípulos. Habíamos visto anteriormente que estar unido a Cristo era la única garantía para poder tener éxito y eficacia en la vida espiritual. Sin El nada podemos hacer; pero esto es posible porque el Padre ha amado a Su Hijo y está unido a Él; así nos dice Cristo que Él también ha amado a sus pámpanos, sus discípulos. La respuesta clara y evidente del creyente debe ser corresponder a ese amor y evidenciar en la vida diaria y terrenal la verdad teológica de la unión entre El Padre y el Hijo en la unión entre el Señor y sus discípulos. ¿Cómo se hará realidad este mandato del Señor? A través de la obediencia a El: «En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él» (Juan 14:20-21). Así como el amor entre el Padre y Cristo se grafica en la unión entre el Señor y sus discípulos; de la misma manera se espera que la obediencia de Jesucristo a su Padre se grafique también en la obediencia de los discípulos a su Señor. Obedeciendo a Dios a través de guardar su Palabra y obedecerla es la garantía de las bendiciones que hemos visto en los pámpanos fructíferos.
Unido a Jesús experimentaremos verdadero, gozo y paz
«Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido«
Por último, lo que el Señor nos dice algunas verdades con respecto al gozo que nace de estar unido al Señor y hacer su voluntad:
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El gozo nuestro es el gozo del Señor. El gozo cristiano no es la felicidad terrenal producto de circunstancias favorables, sino que más bien es un profundo sentimiento y convicción de alegría, paz y satisfacción que nacen de la comunión misma con el Señor, nace de Él, proviene del Señor y es transmitido a nosotros, independientemente de las circunstancias que se presenten en nuestra vida: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (Filipenses 4:4-7)
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Nuestro gozo puede ser completo. La LBLA traduce esta frase de la siguiente manera: «Estas cosas os he hablado para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea perfecto«. La Palabra del Señor nos exhorta: «Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón» (Salmos 32:10). Este gozo pleno, completo nace de una comunión fuerte y madura con el Señor. Muchas personas piensan que no serán del todo felices hasta que alcancen algo que desean con vehemencia; sin embargo, el Señor nos dice que nuestro gozo ya puede ser completo hoy. No depende de lo que deseemos sino de a quien estamos unidos.
¿Qué es lo que vemos hasta el momento?
Así como el Padre se goza en que sus hijos den fruto y como el Hijo se goza en que sus discípulos den mucho fruto, el creyente debe gozarse con el gozo del Señor por estar unido a Él y tener todo lo que necesita para la vida y la piedad. ¿Por qué entonces es que estamos secos, tristes, meditabundos y con mucho pesar en el corazón? Esto es porque no estamos permaneciendo unidos a la vid verdadera, no estamos teniendo verdadera comunión con el Señor y por ello nos estamos secando espiritualmente y nada podemos hacer separados de Él. Por el contrario, hay abundante gozo, paz, alegría cuando estamos unidos a nuestro poderoso Señor y obtenemos nuestras fuerzas de Él.
Conclusiones
El apóstol Pablo declaró a los ancianos de Éfeso: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24). El Señor Jesucristo enfrentó la muerte con gozo al obedecer la voluntad de Dios: «puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2). El creyente debe gozarse aun en medio de las pruebas o tribulaciones: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría» (1 Pedro 4:12-13). En todo momento el creyente debe gozarse porque es sostenido por el poder de Dios y su gozo es estar en las manos de Dios: «Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén» (Judas 24-25).
Podemos tener gozo completo y satisfacción en nuestras vidas cuando consideramos la tremenda verdad de nuestra unión espiritual con el Señor nuestro, Jesucristo. El nos ha amado con amor eterno, nos sostiene, nos guarda, nos ha dado su vida y su Espíritu Santo para capacitarnos para vivir una vida agradable a Dios. Por ende, debemos gozarnos en el poder del Espíritu Santo: «Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo» (1 Tesalonicenses 1:6). Esto lo haremos posible permaneciendo en el Señor, en su Palabra y en su amor, obedeciéndole y buscándole por medio de la oración, la meditación de la Palabra de Dios y la obediencia a todo lo que el Señor nos hable. Así nos garantizaremos la verdadera paz, el verdadero gozo y el éxito en la vida espiritual, siendo fructíferos para la gloria del Dios que nos salvó y que nos ha unido al Señor Jesús para vivir una vida de poder y de frutos que dan gloria a Dios.
Amén!