En esta oportunidad vamos a examinar una de las bendiciones que hemos recibido quienes hemos creído en el nombre de nuestro Señor Jesucristo: el discernimiento. Esta cualidad es definida como la capacidad de reconocer entre la verdad de la Palabra de Dios y el error, tal como nos enseña la misma Escritura: «Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error» (1 Juan 4:6). Esa capacidad se extiende, o debe extenderse, no solo a los aspectos generales de la doctrina bíblica, sino a los aspectos más finos de la vida, donde la Escritura no da detalles, sino más bien principios generales. En ese sentido, el creyente no solo debe poder diferenciar entre los mandamientos buenos, santos y justos de la Palabra del Señor y los patrones malvados de pecado que hay en este mundo, sino también, dentro de la esfera de lo permitido por la Palabra de Dios, diferenciar entre lo «malo», «lo bueno» y «lo mejor«. Por ejemplo, un creyente soltero no debe escoger a una mujer incrédula por esposa porque eso está prohibido explícitamente por la Palabra de Dios; más bien puede y debe escoger una joven creyente como esposa, eso es lo bueno delante de Dios; pero dentro de ese amplio rango hay jóvenes que serán de mucha ayuda y bendición como ayuda idónea y otras jóvenes que no serán de ayuda por cuanto hay incompatibilidad de caracteres, una visión de la vida diferente, etc. Es decir, puedo escoger una señorita cristiana por esposa, eso es lo bueno; pero lo mejor es escoger una señorita que ame lo mismo que yo, que tenga un carácter creciente y maduro, eso es lo mejor. Así podemos extendernos a todas las demás áreas de la vida en las que se espera que el creyente pueda diferenciar no solo la voluntad de Dios para los asuntos principales, sino que use la sabiduría que Dios da para poder elegir las mejores opciones en la vida que Dios nos ha dado, tal como promete la Escritura: «Los hombres malos no entienden el juicio; Mas los que buscan a Jehová entienden todas las cosas» (Proverbios 28:5).

Para esto, el creyente debe madurar espiritualmente porque una de las características de la madurez espiritual es el entendimiento de las verdades espirituales que subyacen a la salvación que hemos recibido de Dios en Cristo Jesús. A diferencia del hombre incrédulo que no puede entender ni conocer los propósitos de Dios ni las verdades espirituales, el creyente que está madurando espiritualmente puede conocer y entender, por  medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado, las verdades de la Palabra de Dios, los propósitos de Dios y la diferencia entre lo bueno y lo malo. Este discernimiento es una de las características del hombre espiritual y uno de los regalos que Dios ha dado a sus hijos. Para ello, leamos la epístola de 1 Corintios capítulo 2, versos 6 al 16.

«Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Más hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más nosotros tenemos la mente de Cristo«

1.  El hombre incrédulo no tiene discernimiento (v. 6-9)

«Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Más hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria. Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman«

En esta primera sección el apóstol Pablo nos va a enseñar que el ser humano, por defecto, puede tener inteligencia, un buen juicio en algunos asuntos, pero no tiene la verdadera sabiduría, la cual viene de Dios y que sólo está al alcance de quienes han conocido a Jesús como Señor y Salvador. Como ejemplo de esto, vamos a ver que el colmo de la necedad y la insensatez propia del ser humano perdido se mostró cuando los gobernantes de este mundo crucificaron al Señor, sin saber que al hacerlo ellos mismos estaban cumpliendo el propósito de Dios y estaban condenándose a sí mismos. En resumen, el incrédulo no puede comprender las grandes verdades y maravillosos propósitos que Dios tiene reservados para aquellos que le aman, sino que está cegado a las verdades espirituales, insensible y ajeno a todo lo que Dios hace y es.

La sabiduría del hombre incrédulo va a desaparecer

«Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen»  (v. 6)

Para poder entender y valorar la capacidad de discernimiento que Dios ha dado a sus hijos lo primero que tenemos que ver es que esta cualidad es algo de la cual carecen las personas incrédulas. La verdadera sabiduría tiene su origen en el temor de Dios y esto es algo que los incrédulos no poseen. ¿Esto significa que todos los incrédulos son necios? En absoluto, pero la Biblia nos dice que «la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía» (Santiago 3:17). En un sentido, como el ser humano tiene la imagen de Dios puede, y de hecho algunos lo hacen, usar de la sabiduría que Dios da como parte de su gracia  la humanidad, pero esta es una sabiduría que sólo sirve para los asuntos de este mundo, mas no tiene nada que ver y es completamente inútil cuando hablamos de las verdades espirituales y de Dios, su carácter y propósitos. Es por esto que el apóstol Pablo nos dice que esta sabiduría, la espiritual, solo puede tratarse entre «los que han alcanzado madurez«, es decir, los creyentes en general, pero sobre todo aquellos que han crecido en madurez espiritual, «los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal» (Hebreos 5:14). Los creyentes tienen el privilegio de acceder y entender la sabiduría que Dios ha reservado para sus hijos. Pablo hace una diferencia clara entre la sabiduría de Dios, de la cual va a hablar en detalle en los siguientes versículos, y la sabiduría propia del ser humano, la sabiduría terrenal, «de este siglo«, la cual es propia de la humanidad incrédula, representada aquí por los príncipes de este siglo, lo cual puede referirse a los personajes de autoridad humanos que procesaron y enviaron al Señor Jesús a la muerte, o a las entidades espirituales malignas detrás de los gobiernos humanos. Sea que fuere el caso ambos grupos  están condenados a desaparecer, ora por la muerte que abraza a todo ser humano, ora por el juicio de Dios sobre el diablo y sus huestes. La sabiduría del hombre incrédulo, el sistema de cosas que este mundo promueve como sabiduría pero que no es más que un conglomerado de enseñanzas, principios y leyes contrarios a la Palabra de Dios, seguidos por los hombres y promovidos por el dios de este siglo y sus huestes de maldad, va a desaparecer. Sólo la verdadera sabiduría de Dios es la que permanecerá para siempre.

 

La sabiduría del hombre incrédulo no puede conocer los propósitos de Dios

«Más hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria»  (v. 7-8)

 

 Por el contrario, la sabiduría espiritual, la que proviene de lo alto según Santiago, es la sabiduría de Dios, que ha estado oculta y que es un misterio para quienes no tienen el Espíritu del Señor, es decir, para quienes no han nacido de nuevo. El apóstol Pablo nos enseña que esta sabiduría presenta 4 características, las cuales pasaremos a detallar:

  1. La sabiduría de Dios es un misterio para la humanidad. Recordemos que la Palabra del Señor nos dice que «si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:3-4). El ser humano sin Dios no puede de ninguna forma entender o comprender la sabiduría de Dios.
  2. La sabiduría de Dios es revelada progresivamente a sus hijos. Lo que los apóstoles sabían de Dios no era lo que los profetas y reyes del Antiguo Testamento sabían de Dios. A través de las edades y los siglos, Dios ha ido revelando más y más de su voluntad a través de sus siervos y la ha ido registrando en su Palabra escrita, de tal forma que aunque oculta, poco  a poco Él la ha ido revelando, tal y como lo testifica Pablo: «de la cual fui hecho ministro, según la administración de Dios que me fue dada para con vosotros, para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios, el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Colosenses 1:25-27)
  3. Dios predestinó su sabiduría para nuestra gloria. Miremos lo que dice el apóstol Pablo en su carta a los efesios: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Efesios 1:3-10)
  4. La mayor muestra de sabiduría de Dios y necedad del hombre es la crucifixión de Cristo. En la cruz, Dios juzga la maldad del hombre y condena al pecado en la persona de su Hijo amado. En la cruz, Dios muestra su plan sublime de salvar al hombre por medio de un sacrificio sustituto que pudiera pagar la ira infinita de Dios por el pecado de la humanidad. Asimismo, en la cruz vemos el orgullo del hombre, su necedad, su desconocimiento de Dios y sus propósitos pues al crucificar a Jesús hicieron lo que Pedro increpó a los líderes judíos, matar al Autor de la vida, a Dios mismo. Gloria a Dios que en su ignorancia solo cumplieron los propósitos de Dios: «El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Más vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste ésta completa sanidad en presencia de todos vosotros. Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes» (Hechos 3:13-17)

 

Esta sabiduría de Dios se encuentra en Cristo Jesús como nos lo enseña la Palabra del Señor: «Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros, y por los que están en Laodicea, y por todos los que nunca han visto mi rostro; para que sean consolados sus corazones, unidos en amor, hasta alcanzar todas las riquezas de pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (Colosenses 2:1-3). La sabiduría no solo es conocimiento e información, es una relación viva con el Salvador.

 

La sabiduría del hombre incrédulo está separada del amor de Dios

«Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman» (v. 9)

Para finalizar esta sección, el apóstol Pablo cita un pasaje del cual no se encuentra un equivalente certero en el Antiguo Testamento, sin embargo, da la idea de que Dios obra de maneras que no podemos entender pero que ahora por el nuevo nacimiento y el Espíritu Santo podemos conocerlas por fe: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8-9). Estas cosas maravillosas que Dios ha preparado, han sido provistas para los que le aman. En ese sentido, sólo los creyentes, los hijos de Dios han recibido el amor de la verdad para ser salvos (2 Tesalonicenses 2:10). A ellos se les da la bendición de entender y comprender los propósitos de Dios y de poder experimentar sus promesas porque han sido amados por Dios.

¿Qué es lo que vemos hasta el momento?

En esta sección hemos visto que el hombre incrédulo no puede acceder a la sabiduría de Dios, porque está es un misterio que ha sido revelado sólo para aquellos que han nacido de nuevo. A estos, Dios ha reservado cosas maravillosas, promesas que son realidad en la persona de Cristo Jesús, en quien están escondidos los tesoros de la sabiduría. Por medio de Cristo Jesús no solo podemos conocer a Dios, sino entender a Él y sus propósitos.

El hombre incrédulo no acepta a Dios ni a su Palabra

2. El Espíritu Santo da el discernimiento (v. 10-13)

«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual«

En esta segunda sección, el apóstol Pablo nos va a explicar que es el Espíritu Santo el agente que proporciona el discernimiento a los creyentes para que puedan entender a Dios y a sus propósitos. Es claro que está bendición está reservada para los creyentes porque Pablo dice que Dios nos reveló las grandes cosas que Dios ha provisto «a nosotros«, es decir a los creyentes. El ministerio del Espíritu Santo es crucial para los creyentes dado que por medio de Él, recibimos la iluminación y la capacidad para comprender, entender, discernir y aceptar la verdad de Dios, tal y como lo prometió el Señor Jesucristo a sus discípulos. El Espíritu Santo es Dios mismo; por lo tanto es el más indicado para ser nuestro maestro, guía y consolador; porque El no sólo conoce todo acerca del hombre, sino que también conoce todo acerca de Dios Padre. Él nos puede enseñar la Palabra de Dios y nos capacita también para enseñarla a otros. En específico, en esta sección vamos a examinar algunos aspectos que el ministerio del Espíritu Santo en relación con los creyentes:

El Espíritu Santo escudriña lo profundo de Dios

«Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios»  (v. 10-11)

 

Lo que el apóstol Pablo nos está diciendo es que todas esas grandes y maravillosas realidades que son SI y AMEN por medio de Cristo para los que le aman, es decir los creyentes, son reveladas, dadas a conocer por medio del Espíritu Santo. La palabra traducida por «reveló» es ἀποκαλύπτω de la cual viene nuestra moderna palabra «apocalipsis«, lo cual significa un misterio que ha sido traído a la luz o revelado. Lo que antes no fue comunicado a los hombres ahora es  mostrado por el Espíritu Santo a los creyentes. El apóstol Juan enseña: «Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas. No os he escrito como si ignoraseis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira procede de la verdad» (1 Juan 2:20-21). Juan escribe esto en el contexto de los falsos maestros que pululan por las iglesias e intentan engañar a los creyentes con sus falsas enseñanzas. Sin embargo, los creyentes pueden ser guiados por la verdad y tienen la capacidad de discernir la verdad del error: «Os he escrito esto sobre los que os engañan. Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él» (1 Juan 2:26-27). Quien hace posible esto, que es llamado por Juan «la unción«, es el Espíritu Santo y Él es el mejor capacitado para esto porque Él es Dios mismo, la tercera persona de la Santísima Trinidad. Pablo dice que el Espíritu Santo todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios; esto quiere decir que el Espíritu Santo conoce todo acerca de Dios porque El mismo es Dios. El asimismo conoce todo sobre todas las cosas; por lo tanto, es el más indicado para ser quien nos muestre todas las bendiciones de Dios por medio de su Palabra. Un pasaje que nos muestra el conocimiento que el Espíritu Santo tiene acerca de las cosas de Dios y las cosas del hombre es el sgte: «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos» (Romanos 8:26-27)

El Espíritu Santo nos enseña lo que Dios nos ha dado

«Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido»  (v. 12)

Una de las verdades más maravillosas de las que pueden disfrutar los creyentes es que hemos recibido, no el espíritu de este mundo pecador, sino el Espíritu  que proviene de Dios, el cual no sólo nos capacita, sino que nos muestra todo lo que Dios nos ha dado. Una de las cosas que el Espíritu Santo hace por los creyentes es darle testimonio de que son hijos de Dios: «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Romanos 8:15-16). La venida del Espíritu a los creyentes y las bendiciones que con ello sucederían fueron anunciadas por el Señor Jesucristo a sus discípulos: «Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; más si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado. Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que  habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Juan 16:7-15). El Espíritu Santo siempre recordará a los discípulos las palabras y promesas del Señor Jesús: «Más el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Juan 14:26). Uno de los principales ministerios del Espíritu Santo con respecto a este tema lo vemos en la iluminación que dio a los siervos de Dios para escribir la Palabra del Señor: «entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:20-21). Por medio de la Palabra escrita, el Espíritu Santo nos ha dado testimonio de todas las cosas que Dios ha preparado y prometido para aquellos que reciben la salvación que es por la fe en el Señor Jesucristo. El Espíritu Santo ha dejado consignada en la Biblia todo el consejo de Dios, de tal manera que es allí donde el creyente debe mirar para conocer la sabiduría de Dios para la vida, sus propósitos y su plan redentor.

 

El Espíritu Santo nos capacita para enseñar la Palabra de Dios

«lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual» (v. 13)

Este versículo es traducido por la LBLA de la siguiente forma: «de lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales«. Esto quiere decir que el Espíritu Santo nos muestra todo lo que Dios ha dado a los creyentes por medio del ministerio de la revelación que el dio a sus santos apóstoles y profetas para escribir la Palabra de Dios, y por medio del ministerio de la iluminación que el da a sus hijos para que entiendan la Palabra de Dios escrita. De esa misma manera, el Espíritu Santo capacita a sus hijos por medio de la entrega de dones espirituales para que algunos de ellos puedan servir a Dios como maestros de la Palabra de Dios, como evangelistas y como anunciadores del evangelio al mundo y a la iglesia del Señor, dando sentido a las palabras de Dios, acomodando pensamientos espirituales con palabras espirituales que las demás personas pueden entender. Un ejemplo de esto lo podemos ver en la enseñanza de los levitas en tiempos de Nehemías: «Y los levitas Jesúa, Bani, Serebías, Jamín, Acub, Sabetai, Hodías, Maasías, Kelita, Azarías, Jozabed, Hanán y Pelaía, hacían entender al pueblo la ley; y el pueblo estaba atento en su lugar. Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura. Y Nehemías el gobernador, y el sacerdote Esdras, escriba, y los levitas que hacían entender al pueblo, dijeron a todo el pueblo: Día santo es a Jehová nuestro Dios; no os entristezcáis, ni lloréis; porque todo el pueblo lloraba oyendo las palabras de la ley» (Nehemías 8:7-9).

¿Qué es lo que vemos hasta el momento?

Si bien es cierto el hombre incrédulo no puede conocer ni entender los propósitos de Dios porque está muerto espiritualmente, Dios, en su sabiduría y gracia ha provisto cosas maravillosas y el cumplimiento de sus promesas gracias al sacrificio del Señor Jesucristo, en quien todas esas promesas y verdades se hacen realidad. Ahora, para que los creyentes salvos por la fe puedan conocer estas gloriosas verdades que Dios ha dado a sus hijos es que Dios ha establecido a su Espíritu Santo, Dios mismo, para que revele todas estas gloriosas cosas a sus santos apóstoles y profetas para que las registren en la Palabra de Dios. Asimismo, el Espíritu Santo ilumina a cada creyente para que entienda la Palabra de Dios y conozca todo lo que Dios le ha dado. También les capacita por medio de los dones espirituales, en especial los del maestro, para enseñar y anunciar la Palabra de Dios a los demás, para la edificación de la Iglesia y la gloria de Dios.

El Espíritu Santo guía al creyente a toda verdad

3. El hombre espiritual tiene discernimiento  (v. 14-16)

«Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo«

En esta tercera sección, el apóstol Pablo pasa a definir un fuerte contraste entre el hombre incrédulo que no tiene entendimiento de Dios ni de sus propósitos y el hombre espiritual, el nacido de nuevo, quien por la gracia de Dios por medio de su Espíritu Santo (como ya lo hemos visto en la sección anterior) puede comprender las verdades espirituales del evangelio y aun es capacitado para enseñarlas a sus hermanos. Aquí una vez más, vemos como el hombre incrédulo, llamado aquí hombre natural no puede percibir las cosas de Dios porque no tiene la capacidad ni el discernimiento espiritual. Sin embargo, el hombre espiritual, el creyente, tiene la mente de Cristo, es decir puede acceder a los pensamientos de Dios por medio de la Palabra y puede entender esa Palabra gracias al Espíritu Santo que nos ha sido dado.

El hombre espiritual percibe y entiende las realidades espirituales

«Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» (v. 14)

 

Una vez más el apóstol Pablo nos muestra la terrible condición del ser humano sin Dios. El incrédulo no puede conocer las cosas de Dios. La LBLA traduce esta frase de la siguiente manera: «Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente«. Lo que Pablo está diciendo aquí es que el hombre incrédulo, en virtud de su naturaleza perdida, corrompida y depravada, no acepta las cosas de Dios porque no las puede entender ni desea hacerlo: «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios» (Romanos 8:7-8). Las cosas que pertenecen a Dios y a sus propósitos solo pueden discernirse espiritualmente. La palabra traducida como «discernir» es el vocablo griego ἀνακρίνω que nos da la idea de examinar acuciosamente con el objetivo de comprender y entender. Esta era la cualidad de los habitantes de Berea: «Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17:10-11). Por el contrario, el hombre incrédulo esta cegado a las verdades espirituales del evangelio: «Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:3-4)

 

El hombre espiritual puede discernir todas las cosas

«En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie»  (v. 15)

El contraste mencionado por el apóstol Pablo es muy fuerte: así como el hombre natural está incapacitado de comprender a Dios y a sus verdades, el hombre natural, sobretodo el que ha madurado espiritualmente, denominado aquí «espiritual» puede discernir todas las cosas correspondientes a Dios y a sus propósitos. La frase «pero él no es juzgado de nadie» nos da la idea de que si bien es cierto el creyente que ha madurado espiritualmente es capaz de comprender los propósitos espirituales de Dios, no puede ser comprendido por el incrédulo, quien ve la experiencia de la vida cristiana como algo sin sentido o incluso contrario a la filosofía hedonista y pragmática de este mundo alejado de Dios. El creyente juzga todas las cosas, eso es una gran bendición de Dios. Considerar este texto «El que guarda el mandamiento no experimentará mal; y el corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio» (Eclesiástes 8:5), así como este otro que nos dice: «Los hombres malos no entienden el juicio; más los que buscan a Jehová entienden todas las cosas» (Proverbios 28:5). El discernimiento en la vida del creyente no sólo es un privilegio del que puede disfrutar el que ha madurado espiritualmente, sino que es un mandato también. El creyente debe discernir el estado de su vida espiritual para encontrarse en comunión con Dios siempre: «Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen» (1 Corintios 11:28-30). Esto involucra cada área de la vida del creyente en la cual debe guardarse en santidad y enfoque, no cediendo a los apetitos de este mundo ni desviando su caminar de lo que Dios ha trazado para sus hijos. Para el creyente es perfectamente posible hacer esto porque el Espíritu Santo le guía y da la capacidad de comprender y entender las verdades espirituales en el contexto de su propia vida.

 

El hombre espiritual tiene la mente de Cristo

«Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo» (v. 16)

Aquí Pablo cita este pasaje del Antiguo Testamento: «¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano y los cielos con su palmo, con tres dedos juntó el polvo de la tierra, y pesó los montes con balanza y con pesas los collados? ¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová, o le aconsejó enseñándole? ¿A quién pidió consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?» (Isaías 40:12-14). La respuesta a estas preguntas es clara: Nadie puede conocer la mente del Señor por cuanto Dios es inconmensurable e infinito. Nadie puede enseñarle a Él nada que Dios ya no sepa porque Él es el creador de todo y de Él provienen la sabiduría y la inteligencia como lo reconoce Salomón: «Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. El provee de sana sabiduría a los rectos; es escudo a los que caminan rectamente» (Proverbios 2:6-7). Aun así, la declaración de Pablo es sorprendente: más nosotros tenemos la mente de Cristo. Esta maravillosa verdad no se refiere a que nosotros podemos tener realmente todo el conocimiento de Dios y ser omniscientes porque eso sería una blasfemia. Lo que Pablo está queriendo decir es que nosotros podemos tener acceso a la mente de Dios registrada en Su Palabra y así comprender como Dios piensa y actúa: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Asimismo, el creyente puede seguir los patrones de pensamiento, la actitud y forma de pensar del Señor nuestro Dios con lo cual estamos siguiendo las pisadas y teniendo la mente del Señor en cierto sentido: «Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (Filipenses 2:3-6)

 

¿Que es lo que vemos hasta el momento?

La condición del hombre incrédulo es triste y desesperada: está muerto en sus delitos y pecados, cegado a la verdad del evangelio y a todo concepto de Dios, su persona y propósitos. No puede y no quiere entender o aceptar las verdades espirituales. Sin embargo, para aquellos que han recibido la salvación por la gracia de Dios por medio de la fe en el Señor Jesucristo, ellos han recibido el Espíritu Santo de la promesa y con ello la capacidad de comprender y entender las verdades espirituales de Dios y sus propósitos. En ese sentido, el creyente, sobretodo el que ha madurado espiritualmente, tiene acceso a la mente de Dios por medio de las Sagradas Escrituras y por la dirección y guía del Espíritu Santo. El creyente puede y debe discernir las verdades espirituales de la Palabra del Señor, con respecto a su propia vida espiritual y con respecto a todas las cosas del mundo. ¡Qué gran privilegio y responsabilidad tenemos los creyentes!

El hombre espiritual tiene la mente de Cristo y juzga todas las cosas

Conclusiones


Hemos visto que el discernimiento es una de las características del creyente, una bendición dada por Dios a sus hijos para que por medio de la revelación de su voluntad a sus siervos los apóstoles y profetas se compongan las Sagradas Escrituras; y por medio de la iluminación a los creyentes ellos puedan comprender las verdades espirituales del evangelio y de Dios. Por medio de la comprensión de la Palabra de Dios, los creyentes pueden acceder a los pensamientos de Dios y conocer la mente de Cristo y de tal forma juzgar, analizar y examinar todas las cosas con respecto a esta vida y la venidera. Para ello, el creyente debe madurar espiritualmente para que su mente no se encuentre aun ligada a los patrones de pensamiento del mundo incrédulo que no acepta ni entiende a Dios ni a sus verdades. Así pues, madurando espiritualmente, el creyente puede dejar los pensamientos pecaminosos e interiorizar los pensamientos de Dios en su vida, encontrados en su Palabra y los que encuentra y obedece por medio del discernimiento del bien y del mal.

En conclusión, el discernimiento nos permite diferenciar entre lo malo, lo bueno y lo mejor. Es la capacidad de entender la Palabra de Dios para diferenciar la verdad del error y para aplicarla a la vida diaria en cada aspecto de la vida del creyente. Necesitamos del discernimiento para poder analizar nuestras propias vidas, acciones y pensamientos a la luz de la Palabra del Señor.

Amén!