Un gran enemigo de nuestra fe es el mal uso del dinero, que se manifiesta en endeudamiento, pobreza, estrés por altos intereses lo que causa angustia, dolor, desesperación. Esto nos limita nuestro servicio y no nos permite diezmar, ofrendar, dar generosamente a la obra de Dios. ¿Cómo puedo dar a la obra de Dios si ni siquiera tengo para pagar los recibos de fin de mes? En el Perú, al 2014, ya existían más de 8 millones de tarjetas de crédito y ese número va en aumento con cada mes y cada año. Este pronto inicio de la campaña navideña nos va a llegar con un alud de consumismo, compras, ventas, créditos, préstamos y te aseguro que van a haber personas que van a pedir préstamos o van a usar su tarjeta de crédito para comprar alimentos, regalos y otros implementos para la navidad o el año nuevo, lo cual es un terrible y craso error.
Si bien el dinero no es bueno ni malo en sí mismo, si puede causar una dependencia de que lucha contra la fidelidad al Señor que todo creyente debe tener. El amor al dinero compite con nuestro amor a Dios. La angustia por el dinero para cubrir nuestras necesidades básicas nos hace preocuparnos más de la cuenta y no caminar en fe. La ansiedad por el dinero para sostener nuestras necesidades básicas nos hace enfocarnos demasiado en el futuro, que no podemos manejar, y olvidamos de depender de Dios, quien es la fuente y proveedor de todo lo que necesitamos. Para ello, les invito a leer el evangelio de Mateo, capítulo 6, versos 2 al 34:
«Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal«
1. El amor al dinero compite con nuestro amor a Dios (v. 24)
«Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas«
La declaración del Señor Jesús es categórica: No podemos servir a Dios y a las riquezas a la vez. El amor al dinero compite con nuestro amor por Dios. Mira lo que dice el apóstol Pablo: «porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores» (1 Timoteo 6:10). El amor al dinero es una de las características de los hombres impíos de los últimos tiempos: «También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita» (2 Timoteo 3:1-5). Mientras que la Palabra de Dios nos enseña que debemos amar a Dios con toda nuestra mente, alma, fuerzas y corazón, cuando nos volvemos amantes del dinero usamos nuestra mente, alma, fuerzas y corazón para conseguir más dinero, para obtener mayor rentabilidad, para obtener la mayor ganancia así tengamos que trabajar todo el día, sin descanso, porque tenemos una meta: amamos el dinero, no podemos vivir sin él. Nos gusta lo que podemos obtener del dinero, las comodidades, los lujos y no nos vemos sin esas cosas, así que nos rendimos al dinero y nos hacemos sus esclavos voluntarios, de tal forma que el dinero es quien dicta lo que tenemos que hacer, cuando descansar o cuando no.
Quiero que consideres una historia aterradora en el Antiguo Testamento. El pueblo de Israel está viviendo en Egipto, están cansados del trabajo duro, son esclavos de Faraón, Dios oye su clamor, envía a su siervo Moisés y les dice: Los voy a liberar. Ellos hablan a Faraón y le piden tiempo para ir a adorar a Dios. Mira lo que responde Faraón: «Dijo también Faraón: He aquí el pueblo de la tierra es ahora mucho, y vosotros les hacéis cesar de sus tareas. Y mandó Faraón aquel mismo día a los cuadrilleros del pueblo que lo tenían a su cargo, y a sus capataces, diciendo: De aquí en adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo, como hasta ahora; vayan ellos y recojan por sí mismos la paja. Y les impondréis la misma tarea de ladrillo que hacían antes, y no les disminuiréis nada; porque están ociosos, por eso levantan la voz diciendo: Vamos y ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios. Agrávese la servidumbre sobre ellos, para que se ocupen en ella, y no atiendan a palabras mentirosas» (Éxodo 5:5-9). ¿Cuál era el plan satánico de Faraón? Darles más trabajo, esclavizarlos en trabajo, angustiarles económicamente para que no pueden tener tiempo para servir a Dios y adorarle.
Esto es justamente lo que el diablo hace ahora: A través del consumismo, del materialismo y de las diferentes ilusiones que crea a través de la televisión y todo lo que ofrece este mundo nos hace pensar que necesitamos un mejor televisor, un mejor celular, mejor ropa, mejores cosas, necesitamos tarjetas de crédito, necesitamos un mejor carro, cosas y bienes con los cuales atiborrarnos para vivir felices. Nosotros como borregos vamos tras esas cosas, nos endeudamos y ¿qué sucede? No podemos pagar, debemos trabajar más, debemos esforzarnos más para pagar deudas, para pagar solo intereses y así ya el tiempo y dinero que utilizaríamos para servir y adorar a Dios ahora lo usamos para pagar cuentas, para pagar préstamos, para solo sobrevivir.
El dinero no es malo en sí mismo, Dios lo permitió como un método de intercambio de bienes en las sociedades humanas. El amor al dinero es el problema porque nos esclaviza, nos hace enfocarnos no en amar a Dios sino a las posesiones y reina en el trono de nuestro corazón, donde deberías reinar soberano el Señor Jesucristo.
2. La angustia por el dinero ahoga nuestra fe (v. 25-30)
«Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?«
El Señor Jesucristo ahora nos enseña que la angustia por el dinero, las preocupaciones de la vida ahogan nuestra fe y no nos dejan crecer espiritualmente. En la parábola del sembrador, el Señor dice: «El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa» (Mateo 13:22). La fe nos hace confiar en que Dios es galardonador de los que le buscan, nos hace sostenernos firmes aunque no vemos nada porque nos sostenemos viendo al Invisible; pero la angustia por el dinero nos lleva a incredulidad, a creer que nuestro esfuerzo humano y carnal es el único que nos puede proporcionar deleites y comodidades. El amor al dinero nos dice: «No hay plata, ¿de dónde voy a pagar? ¿Cómo voy a hacer? ¡Lo voy a perder todo, me lo van a quitar todo!«. La fe dice: «Dios es mi pastor, nada me faltará«. La Palabra del Señor dice: «Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre» (Hebreos 13:5-6).
La orden del Señor es: No se afanen por su vida, por su alimento, por su bebida, por su vestimenta; es decir, por sus necesidades básicas. El razonamiento es simple: ¿Acaso la vida no es más valiosa que el alimento y que el vestido? Si Dios nos ha dado la vida, ¿no crees que no cuidará también de los demás aspectos de nuestra vida? Si Dios, a pesar de que éramos enemigos, envió a su Hijo amado a morir por nuestros pecados y darnos la salvación y la vida eterna, como dice el libro de romanos: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Romanos 8:32)
Para ello, el Señor usa dos figuras de la naturaleza que nos ayudan a pensar claramente en el cuidado que nuestro Señor tiene de sus hijos. Primero menciona las aves del cielo. Ellas no siembran, no siegan, no recogen en graneros, no se endeudan, no piden préstamos de maíz para comer ni se endeudan para hacer sus nidos más elegantes y más grandes que los de otras aves. No, ellas solo viven, vuelan, disfrutan la libertad que Dios les dio. ¿Se mueren de hambre? No, Jesús dice que el Padre Celestial las alimenta. El cuida de ellas. El cuida de su creación. Dios tiene cuidado de las obras de sus manos. Mira lo que dice este salmo: «¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría; la tierra está llena de tus beneficios. He allí el grande y anchuroso mar, en donde se mueven seres innumerables, seres pequeños y grandes. Allí andan las naves; allí este leviatán que hiciste para que jugase en él. Todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo. Les das, recogen; abres tu mano, se sacian de bien. Escondes tu rostro, se turban; les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo. Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra. Sea la gloria de Jehová para siempre; alégrese Jehová en sus obras» (Salmo 104:24-31). La conclusión del Señor es clara: Los seres humanos valen más que las aves del cielo. Sus hijos valen más que nada en esta creación. Si Dios cuida de un pajarillo, ¿cómo no cuidará de sus hijos amados por los que dio la vida?
Luego el Señor Jesucristo pregunta: ¿existe alguien que por más que se afane puede hacer crecer su estatura? La respuesta es clarísima: No. Nadie puede dominar cuanto va a crecer, cuánto va a vivir, que es lo que va a pasar en el futuro, porque eso le pertenece a Dios. El sembrador planta la semilla pero quien la hace germinar es Dios. Un hombre y una mujer se unen sexualmente, sus cromosomas se unen pero quien hace el milagro de la concepción es Dios. Quien sostiene todas las cosas con la Palabra de su Poder es Dios. Quien da el crecimiento a las celular, quien bendice la creación, la sustenta y la cuida es Dios. Como dice el Salmo: «Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño» (Salmo 127:1-2).
En segundo lugar, el Señor Jesucristo menciona a los lirios del campo. Mientras que el hombre se afana por sus vestidos, por lo que ha de ponerse, los lirios no trabajan, no hilan, ¡la verdad es que no hacen nada! Solo están allí, sembrados en alguna parte de la tierra y crecen. Pero Jesús dice que crecen de tal forma, hermosos y bien cuidados que ni siquiera el rey Salomón con toda su gloria no se pudo vestir como un sencillo lirio del campo. ¿Por qué? Porque Dios ha diseñado al lirio del campo con una belleza incomparable. Es el diseño de Dios, es la obra de sus manos. Los propósitos de Dios se cumplirán de todas maneras, porque es así como Dios ha diseñado a los lirios. Y si la hierba del campo que es efímera, que no tiene permanencia sino que crece durante corto periodo de tiempo y luego es echada en el horno de fuego es vestida así solo porque es el diseño y propósito de Dios, ¿cómo no hará mas a nosotros sus hijos Dios? Y es que no entendemos los propósitos y el diseño de Dios. El no solo cuida de su creación, sino que bendice sus propósitos. Hermano, ¿cuál es el diseño de Dios para tu vida? ¿Cuál es el propósito de Dios para tu vida? Porque te digo que si tu caminas en el propósito de Dios para tu vida, Él va a bendecir ese propósito. Él te va a dar todo lo que necesitas para cumplir el propósito de Dios para tu vida. Él te llama y Él te provee todo lo que necesitas para cumplir su propósito en tu vida. Pero, ¿que nos impide concentrarnos en el propósito de Dios? Jesús lo dice: «hombres de poca fe«. ¿Que hace que los discípulos vean 5 panes, vean la multitud y digan: «No tenemos los recursos necesarios para alimentar esta multitud»? Es interesante que en Juan dice así: «Entonces Jesús, alzando los ojos y viendo que una gran multitud venía hacia Él, dijo* a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero decía esto para probarlo, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no les bastarán para que cada uno reciba un pedazo» (Juan 6:5-7). La versión llamada Nueva Traducción viviente dice: «¡Aunque trabajáramos meses enteros, no tendríamos el dinero suficiente[a] para alimentar a toda esta gente!«. Ellos no veían el propósito de Dios, ellos veían trabajo duro, esfuerzo, ansiedad, incredulidad. ¿Con esto digo que no hay que trabajar o esforzarse? ¡Por supuesto que no! Lo que digo es que sin la bendición de Dios, todo es espino y cardos porque el hombre en su pecado fue maldecido. En Cristo Jesús, hemos sido librados de la condenación del pecado, de la maldición y debemos creer en la bendición de Dios que nos da todo lo que necesitamos. Mira lo que dice Pablo: «A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1 Timoteo 6:17)
La angustia por el dinero ahoga nuestra fe. La fe ve el propósito de Dios, su bondad, su cuidado y sabe que Dios nunca nos desamparará. «Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan» (Salmos 37:25). Entonces, ¿qué debo hacer? Debo en fe, bendecir a Dios, agradecerle por sus bondades y trabajar, esforzarme y entender que Dios me ha dado en este momento todo lo que necesito para vivir y para servirle: «Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» (1 Timoteo 6:6-8). ¿Esto significa que debemos ser conformistas y no anhelar prosperar? No, lo que dice la Escritura es que no debemos angustiarnos o desesperarnos, hipotecando nuestro futuro con deudas, préstamos, inversiones equivocadas, asociaciones con incrédulos para ganar dinero porque la única motivación para ello es ganar dinero y eso afecta nuestra fe en el Señor, quien nos cuida, protege y provee para nuestras necesidades.
3. La ansiedad por el dinero rompe la dependencia de Dios (v. 31-34)
«No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal«
Jesucristo termina su enseñanza sobre el dinero dándonos a entender que la ansiedad por el dinero nos aparta de depender de Dios por nuestro futuro y nos lleva a preocuparnos y buscar ansiosamente asegurar nuestro mañana sin considerar que quien tiene las riendas de nuestra vida es Dios. Es como el rico insensato que decía: «¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?» (Lucas 12: 17-20). Por eso es que Santiago enseña: «¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos; cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Santiago 4:13-15).
La orden del Señor es clara: Una vez más, no se afanen acerca de la comida, la bebida o la vestimenta. Los incrédulos hacen estas cosas y buscan ansiosamente como cubrirse, como alimentarse, como vivir porque no tienen esperanza ni Dios en este mundo. Ellos están a merced del diablo, son hijos de él y los deseos de su padre quieren hacer. Tienen los ojos llenos de codicia, materialismo, lujuria, avaricia. Su dios es el dinero y ellos son esclavos de él, trabajando todo el día, descuidando sus familias, descuidando su propia vida, su descanso todo por tener unos soles más para acumular, para ahorrar, para tener porque esa es su seguridad. No es Dios, no, su seguridad es su billetera y si esa billetera está llena, son felices. Si esta vacía, están irritables, deprimidos, tristes, pelean, roban, matan, insultan hacen lo que sea por un vil metal.
¡Qué gran verdad la que ahora Cristo va a enseñar! El Padre Celestial no solo cuida de su creación y la alimenta, sino que sabe, conoce de que cosas sus criaturas tienen necesidad. Él es bueno hermanos y hace salir su sol sobre justos e injustos. El alimenta y provee a su creación. El conoce lo que nosotros necesitamos aun antes de que lo pidamos. ¿Por qué entonces hay tanta necesidad, pobreza y gente que muere de hambre? Por causa del pecado que nos ha apartado del Dios bondadoso y bueno. Las malas decisiones del hombre producto de su naturaleza pecadora le hacen esclavo y esclavizador de personas. Su amor por el dinero causa que muchos hombres maten a otros, los esclavicen, los maltraten, abusen de ellos. Todo esto es consecuencia del pecado del hombre. El dinero no es el problema hermanos. No es el oro de Madre de Dios el problema, el problema es el corazón pecador y degenerado de los hombres mineros que matan mujeres, las prostituyen y que destruyen la tierra y la selva por amor al dinero. El pecado es el problema y Cristo vino a la tierra para librarnos de la esclavitud del dinero y del pecado, muriendo por nosotros, dando su vida y pagando la pena del pecado, la ira de Dios y la muerte para que todo aquel que se arrepiente de una vida llena de pecado y de la esclavitud al dinero pueda ser salvo, recibir el perdón de Dios y la vida eterna.
Por eso el Señor dice: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia«. No busques un aumento de sueldo, busca primero ser salvo y tener una buena relación con Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. No busques endeudarte, prestarte dinero para pagar deudas, hacer un negocio para ser libre. No, busca primero la salvación que viene por la fe en el Señor Jesucristo. Primero arregla cuentas con el Señor porque haciéndolo dejaras de ser esclavo del dinero y serás esclavo de Cristo y todas las cosas empezaran a ordenarse. Busca el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas serán añadidas. Busca tener una buena relación con Dios, ten comunión con El diariamente y deja que El supla tus necesidades porque Él es tu Padre y te ama. Abandona el amor al dinero y la codicia. Deja de envidiar a los que tienen y busca tu propia bendición de Dios. Conténtate con lo que Dios te da y deja que Él te prospere y bendiga conforme vas entendiendo y obedeciendo los propósitos de Dios para tu vida.
Jesús concluye mandando por tercera vez a no afanarnos ni preocuparnos por el día de mañana, por el futuro. ¿Por qué? Porque nosotros dependemos de Dios, no de nuestra billetera. Cada día tiene su afán, el futuro no lo controlamos. Bastantes retos, desafíos y problemas tenemos cada día para estar afanados, turbados, preocupados, ansiosos y desesperados por lo que venga más adelante. Dependamos de Dios, de su fidelidad, de su cuidado, de que Él sabe lo que necesitamos y que tiene suficiente poder para proveer métodos honestos y santos para ganarnos la vida y cubrir nuestras necesidades y aun dar para bendecir a otros. Como decía el salmista: «¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada deseo en la tierra. Mi carne y mi corazón desfallecen; más la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (Salmos 73:25-26).
La ansiedad por el futuro nos lleva a romper nuestra dependencia de Dios, endeudarnos, meternos en trabajos o negocios que son equivocados, que nos alejan de Dios, que nos impiden servirle solo porque tenemos temor de que vamos a comer, vestirnos o beber. Tener una buena relación con Dios nos libra de esa ansiedad y nos lleva a confiar en que el buen Dios obra siempre para nuestro bien, proveyendo todo lo que necesitamos para cada día.
Conclusiones
Hay un hermoso proverbio con el que quiero terminar esta noche y se encuentra en el libro de Proverbios: «Dos cosas te he demandado; no me las niegues antes que muera: Vanidad y palabra mentirosa aparta de mí; no me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios» (Proverbios 30:7-9). Dios conoce nuestras necesidades hermanos y El, siendo dueño del oro y de la plata, no tiene problema en sostenernos del pan necesario para cubrir nuestras necesidades. Pero repito, una vez lo que hemos hablado en esta noche, muchas de las cosas que consideramos «necesidades» no lo son y debemos aprender a contentarnos con lo que Dios nos da y aprender a ser buenos administradores de lo que Dios nos da y aprender a despojarnos y compartir de lo que Dios nos da y alegrarnos cuando Dios nos bendice y da más, pero con el objetivo de compartir más, no de acumular codiciosamente.
Que el Señor nos ayude a estar contentos con lo que tenemos, a compartir lo que tenemos y usar sabiamente los recursos que el Señor nos ha dado.
Amén!
Hermano en Cristo: Continuar Adelante Evangelizando Dando Gracias A Nuestro Señor Jesucristo Por Darte El Don Del Entendimiento. Bendiciones
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