Siempre es doloroso perder algo. Normalmente estamos habituados a dar por sentado cosas que poseemos y no nos detenemos a pensar que pasaría si de pronto ya no estuvieran allí. Cosas como la salud, el trabajo, las fuerzas, los amigos, la familia, el amor de una pareja, la capacidad de caminar, la libertad de ir a donde uno quiere, son cosas que asumimos naturalmente como nuestras, y no nos detenemos a pensar que pasaría si no las tuviéramos.

Y justo, cuando no lo esperamos, la vida da un vuelco inesperado: llega la enfermedad como una tenebrosa intrusa que nos roba la salud y vitalidad; un despido inesperado, un recorte de personal y en un abrir y cerrar de ojos, lo que dábamos por seguro cada mes – nuestro salario –, de pronto es solo un recuerdo; una separación y de pronto esa persona especial para tu vida no esta mas, y la soledad se vuelve tu compañía persistente, y la frustración, el dolor y la impotencia son mudos testigos de la debacle: lo que alguna vez fue risas, amor, felicidad, hoy es tristeza, melancolía y recuerdos de una época que no volverá jamás. O tal vez un accidente, la perdida de un ser querido, una pelea que separa a unos buenos amigos, diferentes situaciones que nos llevan a perder lo que en algún momento creímos tan seguro.

Sueños rotos, esperanzas arrancadas de cuajo y tiradas por el suelo, expectativas hechas añicos, anhelos apagados de repente por las circunstancias y por las malas decisiones acaban con lo que en algún momento fue seguro y nos dejan el triste sinsabor de la incertidumbre: ¿que sucedió? ¿porque paso? ¿porque a mi? ¿porque lo perdí?

Dolor, incertidumbre y frustracion nos deja la perdida de algo que creiamos seguro

Una perspectiva equivocada

Erramos cuando pensamos que las cosas que he mencionado hace un momento son “nuestras”. Fallamos en entender que nada de lo que tenemos es nuestro: solo somos administradores de las cosas que Dios ha permitido que tengamos. Nada es nuestro, ni aun nosotros mismos nos pertenecemos. Los creyentes hemos sido comprados por precio de sangre y pertenecemos al Señor, nosotros y todo lo que tenemos. Algún día hemos de dar cuentas al Señor de la mayordomía, es decir de la administración de lo que se nos ha confiado. El dinero, la salud, las emociones, el amor, nuestra familia, nuestros hijos, nuestro cónyuge, nuestro trabajo, las fuerzas, la inteligencia, el talento, etc. todo nos ha sido dado por la mano generosa del Señor con el fin de que lo usemos para su gloria y honra, en el cumplimiento de sus propósitos aquí en la tierra.

Sin embargo, nosotros pensamos que estas cosas son nuestras, nos pertenecen, y que “tenemos derecho” a ellas y por ende, cuando las perdemos por alguna eventualidad, nos desesperamos, luchamos, lloramos, nos deprimimos, porque no podemos soportar haber perdido lo que era nuestro. Pero en verdad, mis amados hermanos, no es nuestro. Lo que ha sucedido es que Dios ha permitido, por obra directa de su voluntad, o por causa de nuestras malas decisiones y pecado, que lo que teníamos para administrar ya no lo tengamos mas. Y aun eso esta bajo la mano y control del Señor. Nada se ha escapado de sus manos.

Dejándolo en la manos del Señor

Soy consciente del peso y la implicancia de lo que estoy diciendo: es fácil decir ello mientras no haya perdido nada. Pero la verdad es que yo he perdido muchas cosas, algunas de ellas por causa de mi pecado, otras porque Dios obro directamente para permitir que no conserve algo que no era su voluntad. Fue doloroso perderlo, y aprender a vivir sin ello. Pregúntale a una joven esposa si es fácil vivir con el dolor del abandono de su esposo. O tal vez mira al novio que descubrió el engaño de la mujer que le había de jurar amor eterno. Considera al padre de familia que de pronto perdió el único sustento para su familia, y entenderás que no es fácil perder lo que tenemos. Pero mas allá de estas situaciones, debemos mirar al Señor y entender que su voluntad es buena, agradable y perfecta, y eso no significa que sea exenta de sufrimiento, aflicción y dolor. La verdad es que el dolor, la presión y los tiempos duros son excelentes maestros del alma: nos enseñan lo frágiles, comunes, falibles y dependientes que somos y la necesidad que tenemos de tener la perspectiva adecuada.

Hace muchos años, nos cuenta la Biblia que un hombre justo llamado Job, perdió todo lo que era suyo en un solo día: salud, hijos, hijas, prosperidad, reputación y futuro. Desolado, confundido y agobiado, este hombre de Dios tomo la decisión correcta al abandonarse en las manos de Dios, al dejar sus cargas, su dolor y su perdida en los brazos fuertes del Señor, dándonos un ejemplo eterno de la perspectiva bíblica de quienes somos y de a quien pertenece lo que tenemos.

Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1: 20-21)

El justo Job entregando su dolor en las manos de Dios

En este pequeño pasaje vemos algunos puntos importantes:

  • Job se levantó: no se quedo lamentándose, en inactividad y apatía. En medio de su perdida, el tomo la iniciativa de moverse y buscar comprender y procesar la crisis por la que estaba pasando.
  • Rasgo su manto y rasuró su cabeza: Job no ignoro sus sentimientos, no reprimió sus emociones. Estos actos que hizo eran la costumbre oriental de demostrar el gran dolor que agobiaba su corazón. Aceptar el dolor de la perdida es el primer paso para la sanidad. El orgullo nos reprime de aceptar que nos duele perder algo; la humildad reconoce ante Dios que estamos pasando por una crisis y nos pone en posición de buscar su favor, gracia y poder para poder salir de esta situación.
  • Se postró en tierra y adoró: Es curioso que Job se levantó para luego volver a postrarse. Parecería algo absurdo, pero había un mundo de diferencia entre tales actos. Se levanto de su pesar, de su dolor, de su lamento y perdida; se postro ante Dios en humildad, contrición de corazón y clamor. Job se postró ante Dios, no ante sus problemas. Adoró a Dios, no se quejó, no lloró, no reclamó sus derechos y heredades. No, el adoró al Dios que nos da vida, aire y todas las buenas cosas para que las disfrutemos.
  • Job oró:
  • Reconoció que todas las cosas que había tenido le habían sido dadas. El vino sin nada a este mundo, y sin nada se iría de aquí. Todo lo que había podido disfrutar era un regalo de Dios para su vida y como tal, no le pertenecían a el, eran dadivas de un Dios de amor.
  • Reconoció que la fuente de todo lo que tenia era Dios, y también el destino y fin de las mismas. “Jehová dio y Jehová quitó” no es una reproche al Señor; es la humilde aceptación de que Dios es agente activo en nuestra vida: El es el Señor del pacto, quien preserva su promesa, quien tiene cercanía e intimidad con sus hijos, guardándolos, cuidándolos, obrando en sus vidas, aun quitando de ellos todo aquello que no sea su voluntad con el fin de cumplir sus propósitos gloriosos en medio de su pueblo. El Señor no es lejano a nuestras vidas, esta profundamente involucrado en ellas. El obra y eso significa que a veces nos poda para que podamos ser mejores para El.

Job termina esta oración diciendo “sea el nombre de Jehová bendito”. Que tremenda declaración de un hombre que acaba de perderlo todo! Cuanta profundidad se encuentra aquí y que gran ejemplo de verdadera fe y confianza en el carácter de Dios. Dios da conforme a sus riquezas en gloria, pero también Dios quita, con el fin de conformarnos mas a la imagen de su Hijo y debemos entender que no hay maldad o algún mal propósito en Dios. El es Santo, Santo, Santo y debemos confiar en que lo que El hace, es lo mejor. Dios es sabio y lo sabe todo. Su nombre es bendito. Job se estaba enfocando no en sus problemas, sino en Dios y su santidad. Al mirarlo a El, entendemos que no hay perdida para los hijos de Dios. Aun la muerte es cosa estimada a los ojos del Señor.

Entregamos a Dios todo lo que le pertenece

Nada podemos perder mis hermanos, porque no tenemos nada! Todo es del Señor, y si El decide tomar lo suyo y que ya no lo tengamos, entonces esta bien. Dios sabe lo que hace. Mi deber es glorificarle y ponerme en sus manos en confianza y adoración.

Perder algo es difícil; pero mas difícil es vivir amontonando las cosas que Dios me dio, engañándome a mi mismo, pensando que son mías. Que el Señor nos ayude a entender de quien es todo lo que tenemos y somos, que nos de un corazón entendido y humilde que se disponga en sus manos. Toma Señor todo lo que es tuyo y haz tu voluntad en nuestras vidas, conforme a tus propósitos.

Amen!