«Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis» (Juan 13:1-17)

En esta oportunidad vamos a examinar en la Palabra del Señor una de las características más claras de un creyente: el servicio. La Biblia nos enseña claramente que Dios ha provisto de dones espirituales a sus hijos, por medio de los cuales debemos servir al Señor por medio del servicio amoroso a los creyentes, buscando la edificación del cuerpo de Cristo: «Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros» (Gálatas 5:13). Así pues, todo creyente debe anhelar servir a su Señor porque esto es parte de nuestra administración, tal como lo enseña el apóstol Pedro: «Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10). Sin embargo, lo que vemos en la actualidad es que en la mayoría de las iglesias quienes realizan la labor del ministerio son el pastor y unos pocos hermanos, mientras que la gran mayoría tiene una actitud más bien de espectador. Esto es así en parte por una deficiente enseñanza sobre la administración del creyente, sobre los dones espirituales y sobre el paradigma de las reuniones modernas del tipo «vengan y consuman»  en vez del  mandato bíblico «Id y haced discípulos«. Por el contrario, la Palabra de Dios nos enseña que el Señor Jesús dejo una poderosa enseñanza sobre el servicio humilde y comprometido al lavar los pies de sus discípulos, a pocas horas de que empezara su sufrimiento rumbo a la cruz. Nuestro Señor amo a los suyos hasta el fin y demostró con hechos la humildad con la que vino a servir y no a ser servido. Dejo asimismo el mandato a sus discípulos de servirnos por amor los unos a los otros, con humildad y siguiendo sus pisadas. Por ende, el creyente debe tener un corazón de siervo, amoroso humilde y completamente identificado con su Señor.

El creyente debe caminar junto a su Señor

1. El verdadero servicio está basado en el amor (v. 1)

«Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin«

El apóstol Juan nos narra que Jesús sabía cuando su tiempo había llegado para pasar de este mundo al Padre. Esto sucedió antes de la fiesta de la pascua donde se sacrifica el becerro por la expiación y se nos dice que Jesús había amado a los suyos que estaban en el mundo y los amó hasta el fin. El idioma original permite también decir que los amo plenamente; es decir, no en función de tiempo, sino de alcance. El amor de Dios para sus hijos no se veía alterado por la pronta crisis que el Unigénito de Dios iba a soportar, sino que seguía inalterable, incondicional, eterno. Justamente esta introducción sirve para que entendamos la motivación que subyace todo lo que Cristo Jesús estaba a punto de hacer con sus discípulos: el amor.

Servicio basado y motivado por el amor, amor por su Padre Celestial y amor por la humanidad. No podemos olvidar que esta era la motivación principal que movía todo lo que el Señor hizo en esta tierra, porque si lo olvidamos pronto caeremos en la rutina y la costumbre del servicio por tradición, por obligación y por costumbre. Así es como el servicio pronto se vuelve una carga en vez de una bendición, así el servicio se vuelve una competencia o un anhelo desesperado por reconocimiento en vez de la expresión de un corazón agradecido y amante de Dios. La iglesia muchas veces puede estar llena de actividades, pero esto es mero activismo y no la expresión correcta del servicio, tal y como la Palabra de Dios nos lo enseña. Miremos lo que dice la Palabra con respecto al corazón del Señor Jesús y encontremos allí cual es la verdadera motivación para la vida y para el servicio cristiano: «Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Hebreos 10:7). También vemos: «Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada» (Juan 8:29). El apóstol Juan también nos dice que: «Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace; y mayores obras que estas le mostrará, de modo que vosotros os maravilléis» (Juan 5:19-20). Versos antes de este mismo capítulo, el Señor Jesús clamó: «Y Jesús les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Juan 5:17). Y antes de su crucifixión, nuestro Señor oró a su Padre: «Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti; como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste. Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado. Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese» (Juan 17:1-4). Entonces vemos claramente que el Señor Jesús sirvió a Dios y que su servicio fue hasta el final de su vida y fue motivado por el amor y la adoración a Dios. Esto mismo debemos hacer todos los creyentes, siguiendo las pisadas de nuestro Señor y Maestro.

Jesus se entregó por completo a amar y servir a Dios

2. El verdadero servicio es parte de la identidad del cristiano (v. 2-5)

«Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido«

El segundo aspecto que vamos a ver sobre el servicio es que el creyente debe amar servir, debe anhelar servir y debe servir efectivamente. Un creyente que no quiere servir al Señor pone en tela de juicio su salud espiritual o su salvación porque así como el creyente ahora ama al Dios que antes aborrecía, ahora en su nueva vida, el creyente desea servir a Dios en vez de servirse a sí mismo.

Una relación de amor e identidad claros

«Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba»

 Ahora, durante la cena de la Pascua, en plena celebración de la festividad, cuando Jesús se encontraba en una reunión tan íntima con sus discípulos, vemos al diablo que había puesto en el corazón de Judas el traicionarle. Aun así, habían dos cosas que Jesús sabía a la perfección: primero, que su tiempo había llegado para que se cumpliesen los propósitos de Dios. Segundo, que el Padre le había dado todas las cosas en sus manos; que el había salido de Dios y a Dios iba. A pocas horas del inicio de su padecimiento y aún con oposición satánica en medio, el Señor siempre tuvo claro de dónde provenía y quien el Dios a quien adoraba, amaba y servía. La relación de Jesús con su Padre Celestial se interrumpió un tiempo por el pecado que nuestro Señor llevo sobre si para darnos salvación, pero nunca porque el Señor se olvidó o se apartó del Señor. La relación tan fuerte y poderosa entre Padre e Hijo siempre fue la base de la vida, el corazón y el comportamiento del Señor Jesús. La Escritura nos dice que el Señor Jesús testificó: «Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Juan 16:15) y  también dijo: «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos» (Juan 10:27-30).

Un servicio dispuesto y humilde

«se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido»

 Dijo alguien que las convicciones siempre tendrán consecuencias en nuestras vidas y el Señor Jesús es la muestra perfecta de ello. A base de las cosas que él sabía perfectamente, de su identidad con su Padre, lo que hizo nuestro Señor fue levantarse de la cena, quitarse su manto y tomando una toalla, ceñírsela al cuerpo, tomar un lebrillo y empezar a la lavar los pies de los discípulos. En los tiempos bíblicos, esta era tarea de los sirvientes de más bajo nivel. El servidor más humilde de todos, el más pequeño, el menor era el que estaba encargado de lavar los pies de los invitados a la casa. Sabemos que este lugar donde estaban hospedados para tomar la cena fue un lugar provisto por Dios: «Él les dijo: He aquí, al entrar en la ciudad os saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle hasta la casa donde entrare, y decid al padre de familia de esa casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos? Entonces él os mostrará un gran aposento alto ya dispuesto; preparad allí» (Lucas 22:10-12). El aposento no era pues propiedad de ninguno de los discípulos; sin embargo, alguno de ellos debería haber dispuesto este tema tan fundamental en los tiempos bíblicos, el lavado de los pies de todos. Pero lo que vemos es que es el Señor mismo quien tiene que levantarse a lavar los pies de los demás porque nadie lo había pensado o si lo habían pensado, nadie estaba dispuesto a lavar los pies de los demás. Jesús ya había enseñado esto a sus discípulos: «Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo» (Mateo 20:25-27); pero ellos no lo habían entendido. Por el contrario, nuestro Señor tenía clara su relación con su Padre, su identidad y también cual debería ser su actitud y comportamiento. El, como el Hijo Unigénito de Dios, santo, sin mancha ni pecado, Rey sobre todas las cosas, Autor de la vida y quien la sustenta con la palabra de su poder, no tuvo problemas ni reparos en humillarse como un servidor de sus discípulos para dejarles una poderosa lección sobre la humildad, el servicio y el amor por el prójimo y por Dios.

¿Qué es lo que vemos hasta entonces?

Que contraste nos muestra el apóstol Juan entre los discípulos y el Señor. Mientras que los primeros siempre dudaban, se peleaban entre ellos por cuál de ellos sería el mayor, disputaban y querían actuar sin misericordia hacia los que no caminaban con ellos, nuestro Señor les dio una poderosa lección practica de lo que el amor y la convicción pueden hacer. Cristo Jesús sabía claramente y sin duda alguna quien era su Padre, de donde había venido y hacia donde iba. También tenía un amor claro, fuerte y poderoso hacia su Padre Celestial y hacia la humanidad por la que iba a morir. Por ello, estaba dispuesto a humillarse y servir a sus amados discípulos, con paciencia y amor. Ellos no lo entendían aun, pero el Señor se humillaría aún más que esto: iría a parar a una cruz, como un malhechor, a morir la peor de las muertes, por amor y por disposición.

Jesus lava los pies de sus discipulos como muestra de servicio humilde

3. El verdadero servicio cultiva la humildad y la santidad (v. 6-11)

«Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos«

El tercer aspecto que el apóstol Juan nos va a mostrar sobre el servicio es que este cultiva la humildad de nuestro corazón y nos ayuda en el proceso de nuestra santificación. Pedro lo aprendió de primera mano cuando tuvo un dialogo con el Señor Jesus que confrontó el orgullo que había realmente en su corazón y le hizo entender la naturaleza del verdadero servicio.

El servicio cultiva la humildad

«Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza»

Mientras el Señor iba lavando los pies de sus discípulos, uno por uno, nadie dijo nada al respecto. Tal vez por asombro o por confusión pero nadie dijo una sola palabra, por lo menos es lo que la Biblia nos registra. Sin embargo, al llegar al sitio del apóstol Pedro, el sí tenía algo que decir. Pareciera que Pedro está indignado que el Señor le vaya a lavar los pies, pero la motivación o el razonamiento que está usando para llegar a esa conclusión es equivocada. Recordemos que luego de confesar a Jesús como Mesías y cuando este proclamo que iba a morir, el apóstol tomó una actitud extraña: «Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo 16:21-23). Pedro fue reprendido no por su deseo de que al Señor no le pase nada malo, sino por la actitud que él estaba tomando, que es la misma que vemos en el aposento alto cuando el Señor le quiere lavar los pies: Pedro veía las cosas en función de jerarquías, clases y el Maestro, el Señor no podía hacer labores de esclavos, así como no podía ir a morir de esa manera. El, como uno de sus «colaboradores» se sentía con derechos de consejero y se tomó atribuciones que no le correspondían llevándose al Señor a un lado para «aconsejarle» o maravillarse de que el Señor le lave los pies.

No solo eso, sino que vemos que al responderle Jesús que lo que estaba haciendo en este momento no lo entendía pero luego lo iba a entender, Pedro clamo que Jesús nunca le lavaría los pies. En el griego Juan está escribiendo un doble negativo. Pedro está diciendo: ¡No, de ninguna manera, tú nunca en ninguna era de tiempo me lavaras los pies! Para Pedro, y sobre todo para su orgullo, era escandaloso que el Señor Jesús tomara actitud semejante; así que el Señor tiene que decirle algo bastante crudo y saltar de la enseñanza sobre el liderazgo y el servicio que estaba dándoles a una verdad espiritual más profunda: A la vez que el Señor Jesús estaba sirviendo a sus discípulos y dándoles una lección de servicio humilde y dispuesto, también les estaba mostrando la labor de la santificación que Dios obra en sus hijos, simbolizada por el lavamiento de los pies. Si Pedro no se dejaba lavar los pies no solo estaba mostrando un orgullo ciego y altivo, sino que estaba rechazando la obra santificadora del Señor sobre sus hijos; y uno que no está siendo constantemente santificado por el Señor, no es de él, no le pertenece. «No tienes parte conmigo sino te lavo los pies» fue lo que dijo Jesús y fue bastante claro. Tanto que Pedro entendió la metáfora. Su respuesta evidencia que entendió y que se percató de su error al actuar altivamente: «No solo los pies Señor, sino las manos y la cabeza«. «No solo una pequeña limpieza, sino una general porque aún no he entendido las verdades espirituales» parece ser lo que el apóstol Pedro está queriendo decir. Este hombre tuvo esos encuentros con el Señor más de una vez, encuentros que marcaron su vida y lo hicieron cada vez más consciente de sus propios errores, pecados así como de la santidad del Señor: «Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lucas 5:7-8). El servicio nos humilla y nos da la perspectiva correcta de quien es Dios y quienes somos nosotros como sus siervos y esclavos.

El servicio cultiva la santidad

«Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos«

La respuesta final de Pedro parece loable pero era desproporcionada. El mismo Señor va a replicar y dar la verdadera luz sobre el servicio y su relación con la santificación. Sí, Pedro como todos los demás creyentes de todos los tiempos deben ser santificados, limpiados, renovados pero solo en parte, no en su totalidad porque ya han sido lavados por la regeneración por medio de la fe en la persona y obra del Señor Jesucristo: «Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador» (Tito 3:4-6). ¿Cómo es santificado el creyente? Bueno, Dios es quien nos santifica y una de las formas en que lo hace es cuando nosotros permanecemos en obediencia al Señor, congregando, sirviendo y permaneciendo en comunión con nuestros hermanos en la fe. Judas Iscariote, el que le iba a entregar, también recibió el lavado de sus pies; pero este hombre no permaneció sino que sabemos que cuando tomo el pan mojado del plato de la mano del Señor, Satanás entró en él y se fue, dándole la espalda para siempre al Salvador: «El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es? Respondió Jesús: A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo: Lo que vas a hacer, hazlo más pronto. Pero ninguno de los que estaban a la mesa entendió por qué le dijo esto. Porque algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta; o que diese algo a los pobres. Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche» (Juan 13:25-30). Los demás, a pesar de sus pleitos, sus contiendas y todo, permanecieron y eventualmente fueron limpiados cada vez más de su carnalidad y fueron constituidos instrumentos útiles del Señor para su gloria.

¿Qué es lo que vemos hasta entonces?

El verdadero servicio está ligado a la humildad y a la santidad. El servicio es una de las maneras en que Dios nos santifica y negarnos al servicio es negarnos orgullosamente a servir al Señor con disposición y amor, y también es negar la obra maravillosa de santificación que Dios hace en nosotros. Y ya sabemos que aquel que no es santificado no es hijo de Dios, porque si somos hijos de Dios, el Espíritu de Cristo mora en nosotros y Él nos santifica. No podemos separar estos dos conceptos. Si, tal vez un hombre no salvo puede «servir», haciendo obras que aparentemente son buenas, lo mismo puede hacer un creyente desobediente. Pero el hecho de que sirva no significa necesariamente que es salvo y obediente al Señor; pero lo que si pasa es que aquel que es salvo y obedece al Señor, necesariamente voy a servir porque ese será el anhelo de mi corazón para con Dios.

El creyente debe servir a Dios por amor y en santidad

4. El verdadero servicio está basado en el ejemplo del Señor Jesucristo (v. 12-17)

«Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis«

Por último, el verdadero servicio está respaldado por el ejemplo del Señor Jesucristo en su servicio. El no solo dio ejemplo sino un mandato claro para seguir sus pasos, su motivación y su actitud. Hacemos mal cuando buscamos en gurús de liderazgo o en técnicas de administración de personal o psicología cuando el Señor ya nos ha dado los principios bíblicos eternos para un buen servicio amoroso, dispuesto, humilde y sacrificado, tal como es la voluntad de nuestro Dios.

El mandato a servirnos los unos a los otros

«Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros»

El Señor Jesucristo apela aquí a su autoridad para darles un mandato claro a sus discípulos: si ellos le llamaban Maestro y Señor estaban en lo cierto porque Él lo era. Jesús es el Maestro de maestros y es el Señor exaltado sobre todo. Pero esa declaración de los discípulos implicaba algo más: Si Jesús era su maestro, entonces ellos debían aprender y  seguir sus enseñanzas. Si Jesús era su Señor, entonces ellos le debían lealtad y obediencia absoluta. No tiene sentido que llame a Jesús Maestro y Señor si no estoy dispuesto a hacer su voluntad: «¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa» (Lucas 6: 46-49). No solo eso, sino que dice el Señor Jesucristo que si el, siendo Maestro y Señor lavo los pies de sus discípulos, dándoles ejemplo, ahora manda a sus siervos que hagan lo mismo los unos a los otros. Así que por dos razones, por la autoridad intrínseca del Señor como por su ejemplo, los creyentes debemos servirnos por amor los unos a los otros, tal como nuestro Señor lo hizo. No hacerlo sería ser rebelde a la enseñanza del Maestro y ser desleal ante las ordenanzas del Señor.

El ejemplo del servicio

«Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis»

 La enseñanza más poderosa que el Señor les dio a sus discípulos y nos dio a nosotros es la de su ejemplo, para que así como El hizo, nosotros también hagamos; es decir sirvamos por amor, con una convicción clara de nuestra identidad en Cristo y nuestra relación con nuestro Padre Celestial, con humildad y disposición, haciendo de corazón la voluntad de Dios y amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no considerándonos superiores a los demás, ni buscando la supremacía sobre los demás como hacen las personas en el mundo, sino procurando ser servidor de los demás «porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). Esto quiere decir que aquel creyente que se rehúsa a servir al Señor por diferentes excusas o razones lo que está haciendo es negarse a seguir el ejemplo y las pisadas de su Señor.

La lógica del servicio

«De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió»

 Un aspecto adicional que el Señor Jesús nos va a mostrar aquí es que es lógico que el creyente sirva al Señor. ¿Por qué? Es simple pero a la vez categórico, por eso el Señor usa una doble afirmación: Amen, amen, les digo a ustedes: El esclavo no es mayor que su amo, ni el enviado es mayor que Aquel que le envió. Si el amo y el que envió se humilló y diligentemente sirvió al Señor, entregando aun su propia vida en obediencia y amor a Dios, ¿tanto más deberán hacer lo mismo los esclavos y los enviados? En este sentido, esto es lo lógico y lo racional; no hacerlo, es decir rehusarse a servir seria afrentar al Señor y al Enviador. ¿En qué parte del mundo se vería que un esclavo se niega a hacer lo que su Señor le mande, así él no le dé ejemplo? Jesucristo, siendo Señor solo debía apelar a su autoridad y mandar a sus siervos, pero Él ha sido condescendiente a nuestra debilidad y aun nos ha dado ejemplo para que sigamos sus pisadas. Entonces los creyentes deben seguir la lógica del servicio y armarse de ese pensamiento: Si mi Señor se entregó a Dios y sirvió, con mucha más razón yo, como siervo de Dios, diligentemente debo entregar mi vida en obediencia, en amor y en servicio a mi Señor.

La promesa del servicio

«Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis«

Por último, el Señor Jesús nos da una promesa con respecto al servicio, una promesa con una condición. Es bueno saber y conocer sobre estas cosas, pero el Señor dice que seremos bienaventurados, felices, dichosos no solo si las conocemos sino si las hacemos, es decir, si nuestro estilo de vida está marcado por el servicio al Señor. Esto parte por una decisión firme, como la de Josué: «Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová» (Josué 24:15)  y la obediencia constante y permanente. Hay bendición en servir a Dios: «Como no puede ser contado el ejército del cielo, ni la arena del mar se puede medir, así multiplicaré la descendencia de David mi siervo, y los levitas que me sirven» (Jeremías 33:22). El profeta Malaquías también proclamó: «Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová de los ejércitos? Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no sólo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon. Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve» (Malaquías 3:13-18)

¿Qué es lo que vemos hasta entonces?

Servir a Dios de una forma que agrade a Dios tiene que ver también con seguir el ejemplo de nuestro Señor Jesús, quien vivió una vida de servicio a Dios, también consiste en obedecer su mandato de servirnos por amor los unos a los otros, porque esto es lo lógico: si mi Maestro y Señor sirvió a Dios, con mayor razón yo como siervo y esclavo del Señor debo hacer lo mismo. Además, hay promesa de bendición para todo aquel que se dispone de corazón a servir al Señor.

Si Jesus se entrego para servir al Señor, con mayor razon yo lo debo hacer

Conclusiones

Dios hace diferencia entre quien le sirve y quien no lo hace. Quien sirve a Dios lo hace porque ello brota de un corazón regenerado, agradecido, amante de Dios, que ha decidido entregar su vida a Dios y quiere servirle con rectitud de corazón. Hay un texto que ya hemos mencionado en clases anteriores, pero queremos traerlo a la memoria de nuevo porque refleja muy bien lo que debe ser la convicción y el estilo de vida de un verdadero creyente: «Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; más si lo dejares, él te desechará para siempre» (1 Crónicas 28:9). Sirvamos al Señor con corazón voluntario, con gratitud, con humildad, con amor a Dios, con disposición, con diligencia, con amor por los hermanos. Hagámoslo porque nuestro Señor nos dio ejemplo, entregando su vida entera por amor a Dios para la gloria del Señor y para nuestra salvación. Hagámoslo porque es lo lógico, porque hemos clamado el nombre de Cristo y hemos sido hechos siervos de Dios. Sirvamos al Señor y experimentaremos las bendiciones de Dios.

Amén!